viernes, 5 de octubre de 2012

UN PASEO Y UN PERRO PERDIDO

6:45pm, El Ortigal, La Laguna, Tenerife. Pertrechado con calzado deportivo, chaleco con el ipod -sí, aún uso el ipod- en el bolsillo derecho, el móvil en el izquierdo, gorra por si llovía -estaba cubierto- y mis llaves, me dispongo a salior de Villa Augusta a dar un paseo. Había estado limpiando un poco la casa, recogiendo los pelos de Augusta, que está mudando ahora y todo parece el desierto de Sonora con bolas de pelo rodado por el suelo, y me apetecía desconectar por la zona, sólo dos horitas, poca cosa. Cojo dos bolsas de basura medio vacías para tirarlas en el primer contenedor que me quedara de paso y, al llegar a la esquina de mi calle, me encuentro con un perro tamaño mediano-grande, con cara de despistado y en medio de la carretera tan feliz. Menos mal que justo en la entrada de mi casa hay un recodo cercano y los coches han aminorado un poco la velocidad, por lo que el perro, aparentemente, no corría peligro. Él, dando un paseo como yo, cruzó al borde opuesto y, como si tal cosa, de dispuso a oler la cuneta como si de vida o muerte se tratara. Yo lo miré, crucé también pero al otro lado, y comencé a bajar despacio carretera abajo. Al cabo de unos segundos giré la cabeza para comprobar si el perro seguía fuera de la calzada, seguro en el arcén y sí, allí estaba, pero había parado de oler y tenía su mirada fina en mis ojos, palabrita. Empecé a ponerme nervioso -si fuera por mi me dedicaría a recoger a todos los perros abandonados y éste además, aunque "no hay perros feos", era precioso- y desvié la mirada, aunque sólo unos pocos segundos después volví a mirarlo y esta vez volvía a estar en medio de la carretera, cruzando, aún con sus ojos fijos en los mios. Así que, cuando se acercó a mi lo suficiente, lo intenté espantar con las manos para que no me siguiera, ademanes que no surgieron ningún efecto y el pobre perro continuaba caminando a mi espalda tan tranquilo.
Tenía que tomar una decisión, y debía ser rápido, pues si seguía caminando al borde de la carretera con el perro detrás las posibilidades de que un coche atropellara al perro se multiplicarían. Miré a ambos lados y, como en ese momento no vi coche alguno, volví a cruzar para que el perro me siguiera y nos colocásemos así en el lado de la carretera ladera abajo, donde empezaban algunos caminos secundarios con muy poco tráfico. Escogí uno al azar y comencé a bajar mirando repetidas veces atrás para comprobar si el perro me seguía de nuevo. Al principio así fue y, aunque seguía frustrado porque sabía que no podía recogerlo y llevármelo a casa (ya con augusta y Octavia, mis dos labradores, el mini jardín de mi casa y mi exigua economía, es suficiente), me alegré porque se alejaba de la carretera y en estas calles las posibilidades de que un coche subiera raudo y no viese al animal eran casi inexistentes, según deduje. Continué caminando, paso a paso y, al mirar atrás una de las veces vi como el perro estaba oliendo a otro, ésta un podenco flaco flaco, que había salido veloz de una de las fincas del lado derecho. Como ambos movían los rabos contentos y no parecía que se fijara mi nuevo amigo en que yo, al no pararme, me alejaba cada vez más, agilicé el paso y no volví a mirar, utilizando mucha concentración, hasta que el camino no daba más de sí y tenía que volver a incorporarme a la carretera que había dejado hacía un buen rato. Fue ahí donde me armé de valor para girar la cabeza. Ni rastro.
> Uf, menos mal, parece que el perro no me sigue, además se habrá quedado con su amigo y andarán ahora cazando ratones (el flaco necesitaba comer urgentemente) en una de las fincas de la zona, bien alejados de la carretera general y de sus peligrosos coches.
Así que, ahora ya sin la presión en forma de sombra cuadrúpeda, sin lluvia y con Roberta Flack susurrándone en stereo "The first time ever I saw your face", seguí con mi paseo una hora más, despacio, disfrutando del paisaje y del fresquito de la tarde hasta llegar de nuevo a casa, donde me esperaban mis dos perras frente a la baranda sobre la puerta del garaje moviendo el rabo como locas. Y pensé, ¡qué suerte tienen estas dos y que desafdortunado mi nuevo y ya casi olvidado perro de la carretera!

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