Fallece Sylvia Kristel, eterna Emmanuelle
La intérprete padecía un cáncer de estómago. Se hizo famosa con la serie de películas eróticas 'Emmanuelle'.
Isabel Ferrer La Haya 18 OCT 2012 - 12:51 CET
Sylvia Kristel no necesitó cambiarse el nombre para triunfar en el cine. Alta y muy hermosa, debutó como modelo siendo adolescente. La pasarela se le quedó pequeña enseguida y en 1972, con 20 años, ganó el concurso Miss Televisión Europea. El premio la catapultó a la gran pantalla con una película erótica de culto: Emmanuelle. Plena de escenas al uso en paraísos exóticos, consiguió atraer a más de 300 millones de espectadores. En Reino Unido fue mutilada por la censura. En París, por el contrario, estuvo una década en cartel en los Campos Elíseos.
La actriz interpretaba a la insatisfecha esposa de un diplomático, con un toque de mujer independiente que elegía a sus diversas parejas. Mimada por la cámara, su natural aire ingenuo añadía más mordiente aún al argumento. Sus colegas holandeses recordaban ayer “la luz que desprendía” su imagen en el celuloide. Rodada en Tailandia por el director francés Just Jaeckin, le siguieron tres secuelas, Emmanuelle 2 (1975), Adiós, Emmanuelle (1977) y Emmanuelle 4 (1984). Fallecida ayer a los 60 de años por un cáncer, a Kristel el personaje la hizo famosa y la encasilló en papeles de porno suave.
Nacida en Utrecht en 1952, sus padres regentaban un hotel-restaurante en la ciudad. Uno de los huéspedes abusó de ella cuando tenía nueve años, episodio del que nunca dio detalles. A los 14, los Krystel se divorciaron y desde entonces Sylvia buscó la figura paterna perdida. El escritor belga Hugo Claus, 27 años mayor que ella y autor de El lamento de Bélgica, obra imprescindible de la literatura de su país, le animó a aceptar el papel de Emmanuelle. “Será divertido, nunca hemos estado en Tailandia. Además, ni siquiera la estrenarán en Holanda y tus padres no podrán verla”, le dijo, sin prever el impacto de la obra. Fueron pareja durante casi una década y tuvieron un hijo, Arthur.
En 1979, durante el rodaje de El quinto mosquetero, conoció al actor británico Ian McShane. “Era simpático y ocurrente, pero éramos demasiado parecidos”, explicaría una vez concluida la relación. También admitió que fue el principio de su caída al vacío. Con el actor se introdujo en las drogas y acabó adicta a la cocaína. Tuvo que aceptar papeles muy malos para pagarse los vicios y cerró un trato desastroso para sus finanzas: vendió los derechos de la película Clases particulares a su agente por 150.000 dólares. Estrenada en 1981, la cinta recaudó 26 millones de dólares y ella acabó riéndose del dinero perdido. Su aventura americana se saldó con otras dos películas de poco lustre, Aeropuerto 79: Concorde y La bomba desnuda. En Europa filmó, entre otras, El amante de Lady Chatterley, basada en la obra de D.H. Lawrence, y Mata Hari. Aunque trabajó con Roger Vadim y Claude Chabrol, los guiones siempre exigían abundantes escenas de desnudo y acabó por cansarse.
Aunque no lo aireaba, Sylvia Kristel era una buena pintora aficionada que expuso en varias ocasiones. También probó suerte al otro lado de la cámara. Dirigió un corto de animación muy alabado y titulado Topor y yo, sobre la obra del dibujante francés Roland Topor. Cuando el cine dejó de llamar, la artista volvió a los lienzos y escribió su autobiografía. Titulada Desnuda y publicada en 2007, tuvo buenas críticas por su sinceridad. Tres años antes, los médicos le habían diagnosticado un cáncer de garganta. Fumadora empedernida desde los 11 años, la enfermedad progresó hasta los pulmones y el esófago. Una dura prueba que soportó con entereza. Hace unos meses tuvo un derrame cerebral y regresó a su hogar de Ámsterdam, ya con cuidados paliativos. La aureola del mito erótico la acompañó hasta el final, que llegó mientras dormía.
Esta diva consiguió dotar de la suficiente elegancia al sexo como para elevarlo a la categoría de erotismo.
ResponderEliminarSaludos.