miércoles, 29 de agosto de 2012

I HAD A DREAM

Martin Luther King: el sueño de la igualdad
Hace más de cuarenta años el reverendo Martin Luther King fue asesinado en Memphis. Con él se fue un gran orador y el impulso de un implacable activista al que Estados Unidos y el mundo entero deben mucho en la defensa de los derechos humanos.
Óscar Perea Rodríguez, Universidad de Arkansas

“Yesterday, I had a dream…“ (Anoche tuve un sueño…). Así comenzaba el más famoso discurso del reverendo estadounidense Martin Luther King, el incansable luchador por los derechos civiles de los afroamericanos de cuya muerte hace poco se celebró el cuarenta aniversario. El 4 de abril de 1968, cuando King salía de una habitación en el motel Lorraine de Memphis (Tennesse), cayó abatido por James Earl Ray, un criminal profesional. Atrás quedaba una vida ejemplar dedicada a ese sueño de la igualdad social y a la erradicación de una de las lacras más grandes de cualquier sociedad: el racismo.

Primeros pasos
Nacido el 15 de enero de 1929 en Atlanta (Georgia), su padre era un pastor de la iglesia baptista y su madre una humilde profesora. Cursó estudios en Washington, donde pudo comprobar el racismo de primera mano, y donde se vio obligado a aceptar todo tipo de trabajos para sobrevivir. Más tarde, se graduó en Teología por el Morehouse College de Atlanta y fue ordenado religioso de la iglesia baptista. King ya estaba fascinado por la figura de Jesucristo y, en especial, del Mahatma Gandhi. Por ello, aunque continuó estudiando Teología en diversos centros, la ideología de la no-violencia del hindú le fascinó e influyó decisivamente en su devenir como activista.
En 1954, ya casado con Lorena Scott, King fue nombrado pastor de la iglesia baptista de Montgomery (Alabama), uno de los estados en los que las medidas de segregación racial eran más acuciantes y donde la tensión entre bancos y negros podía palparse cotidianamente. Allí estalló el llamado “Caso Parks”, que debe su nombre a Rosa Parks, la mujer negra que se negó a ceder su asiento cuando un hombre blanco se lo reclamó. En Estados Unidos, hace menos de cincuenta años, los negros no podían sentarse con los blancos, ni beber agua de sus mismas fuentes, ni otros oníricos sinsentidos segregacionistas. Rosa Parks decidió denunciar el caso y los pastores baptistas de la ciudad, King y su amigo y colaborador, Ralph Abernathy, la apoyaron, llamando al boicot contra los transportes urbanos. El éxito fue tremendo, y el caso fue llevado hasta el Tribunal Supremo, que dio orden de prohibir la segregación en el transporte. Por primera vez en la historia blancos y negros podían compartir asiento en un autobús.
Las marchas y los mayores logros
Al frente de la Asociación de Cristianos Negros del Sur de América, King convocó en 1957 la primera marcha sobre Washington, en la que más de treinta millares de afroamericanos, y varios millares de blancos de mentalidad abierta, protestaron en la capital contra la segregación. King obtuvo garantías del entonces presidente, Dwight Eisenhower, de que se llevarían a cabo, pero a cambio, sufrió varios atentados en Montgomery e incluso un intento de detención y linchamiento que no llegó a mayores porque sus seguidores lo rodearon rápidamente e impidieron a la policía esposarlo. Entre 1959 y 1960, King viajó por todo el país tratando de convencer a negros y a blancos de que la convivencia era posible, sobre todo renunciando a la violencia como método de solucionar nada. “Con violencia puedes matar a quien odias, pero no matarás el odio” es, tal vez, la frase más sabia jamás pronunciada por un político alguno en todo el siglo XX, además de un clarividente canto al pacifismo y al diálogo. King, además, tuvo que salvar escollos dentro de sus hermanos negros, pues muchos también tomaron partido por movimientos de signo violento, como los activistas del Black Power o los Musulmanes Negros liderados por el otro gran activista de la época, Malcolm X.
En 1960, la llegada del presidente John Kennedy a la Casa Blanca significó el avance de los derechos civiles de los afroamericanos. Ambos líderes, representantes de la joven América tolerante de entonces, se entrevistaron en 1962 y sellaron una mutua colaboración para la paulatina desaparición de las leyes de segregación racial. En 1963 tuvo lugar la segunda marcha hacia Washington, donde King, al pie del monumento del gran emancipador de los negros, el presidente Abraham Lincoln, pronunció su famoso discurso:

“Anoche tuve un sueño, soñé con una América en la que mis cuatro hijos crecían felices en una nación donde no eran juzgados por el color de su piel, sino por la valía de su persona”.

Lamentablemente, el asesinato de Kennedy a finales de ese mismo año de 1963 volvió a sembrar de incertidumbre todos los avances logrados hasta entonces, si bien al año siguiente, 1964, la concesión a King del Premio Nóbel de la Paz, más que la propia importancia del galardón en sí, demostró con rotundidad que para el mundo entero la lucha por los derechos civiles de igualdad de los negros norteamericanos era imparable.
En 1965, el presidente Lyndon Johnson aceptó la ley de igualdad: por fin los afroamericanos eran equiparados en derechos y deberes al resto de sus ciudadanos. Obviamente, todavía quedaba mucho camino por recorrer, y a lo largo de los años sesenta y setenta se producirían altercados racistas en los Estados Unidos, azuzados además por ciertos prejuicios políticos radicales y conservadores cegados por el miedo a la igualdad. Además, entre los años 1965 y 1968 el reverendo Martin Luther King no sólo ciñó su lucha a los afroamericanos, sino que comenzó a extender su discurso a todas las minorías del país, como los hispanos y los asiáticos, así como a todo tipo de marginados y pobres, centenares de miles en el país que, siguiendo a García Lorca, a fuerza de ser el más rico del mundo hace a sus pobres también los más pobres del planeta.

El final
Esos tiempos difíciles que anunciaba King en su discurso a favor de los pobres, pronunciado en Memphis el 3 de abril de 1968, fueron cercenados para él de un cobarde disparo el día siguiente. El cadáver del activista fue recogido por su inquebrantable amigo, el reverendo Abernathy, y por un jovencísimo clérigo baptista que tomaría muy pronto el relevo de King en cuanto a la reclamación de los derechos civiles: Jesse Jackson.
El entierro de King, en su Atlanta natal, fue uno de los acontecimientos más sonados del siglo XX. El gobierno de Estados Unidos lo declaró Monumento Nacional y también declaró festivo el día de su nacimiento, 15 de enero. De nuevo el irraciocinio de algunos seres sin escrúpulos se llevaba por delante la vida del hombre que, con una inquebrantable fe en su sueño, con una férrea disposición a la lucha y dotado de un carisma y de una imaginación discursiva fuera de lo común, fue capaz de tumbar al monstruo de la segregación racial en su país. Hoy día, cuando Estados Unidos está más cerca que nunca de sentar por primera vez en su historia a un presidente afroamericano en la Casa Blanca, el reverendo King seguramente estará sonriendo, allá donde esté, y seguirá soñando con la esperanza de un mañana mejor.

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