domingo, 22 de enero de 2012

SÁLVESE QUIEN PUEDA

¿Tiene sentido la izquierda en un mundo derechizado? (I)
ELOY CUADRA PELLIGRINI (*)

En plena ola de recortes, privatizaciones y sometimiento de los ciudadanos a los designios de poder económico de la mano de la derecha, todavía hay algunos que no nos resignamos a ceder a este tsunami y seguimos buscando a esa izquierda emancipadora que nos salve. Con ese objetivo, se habla de una nunca completada unidad de la izquierda como vía única, pero también son muchas las voces que, al amparo del descrédito de la actividad política, no apuestan ya nada por lo que queda de la izquierda y optan por tirar la toalla ante cualquier lucha que no sea el “sálvese quien pueda”.
Consciente de ello, abro hoy la pregunta por el sentido de la lucha en pos de un mundo más humano, digamos desde la izquierda, como también cabría desde cualquier otra situación o paradigma. ¿Sirve de algo esta lucha o son hormigas contra gigantes? Aquellos que me conocen igual intuyen de antemano la respuesta, afirmativa. Pues no estén tan seguros, en las pasadas semanas, a la sazón de mi última denuncia pública, más de uno me ha tildado de temerario, de loco y hasta de ingenuo, por creer que se puede conseguir algo enfrentándose al poder establecido, y en verdad que me han hecho dudar realmente. He aquí los motivos que me llevan a formular, y a formularme, dicha pregunta, que hago extensiva a todos los que quieran acompañarme en el empeño.
Antes bien, la pregunta lleva implícita una afirmación, la derechización del mundo, algo que a mí al menos no me ofrece ninguna duda. Pero, más allá de lo que yo piense, ¿es realmente así? Conviene aclarar bien esta cuestión antes de proseguir.

I.- Un mundo derechizado.
¿Cómo si no podríamos llamar a una Europa que es un fortín de los Mercados y sus adjuntos de la derecha? Como muestra un dato: a día de hoy sólo Eslovenia y Chipre, países irrelevantes, soportan en el viejo continente gobiernos que no son de la derecha oficial. Así, en todo el Occidente conocido, sólo estos dos países y los de la recientemente creada CELAC, hablan un idioma algo distinto al que utilizan los guardianes del ultraliberalismo dominante. A unos les parecerá poco, a otros el camino hacia un nuevo comienzo, pero mis apuntes no van por ahí. Lo que realmente quiero plantear al hablar de la derechización del mundo no es el color de los gobiernos, algo que es evidente y nadie puede discutir. Mi afirmación apunta sobre todo a la derechización de las conciencias, a la aniquilación de cualquier acto de rebeldía individual que pasa por la narcotización de las voluntades de eso a lo que hemos dado en llamar sociedad civil.
De nuevo hallaremos pruebas muchas de este realidad, en un pasar del zoon polítikom, el animal político que definió Aristóteles, a ese “gran lactante” del que hablaba Fromm hace ya unas cuantas décadas, “el eterno consumidor: se embute bebida, comida, tabaco, turismo, conferencias, libros, películas…, todo lo consume, todo lo traga. El mundo es para él un enorme objeto para satisfacer sus apetitos: una botella grande, una manzana grande, una teta grande… Y el hombre ha llegado a ser el gran lactante, siempre a la espera de algo y siempre decepcionado”. Nunca un texto de hace 50 años pareció más actual que este, y es que hoy, desgraciadamente, tenemos al ciudadano prefabricado perfecto para cualquier gobierno manipulador de masas.
Algunos indicios que hacen del ser social occidental un ser sin conciencia los vemos en la indiferencia general al sufrimiento de tantos seres humanos de esos a los que llamamos los Otros, puesta de manifiesto de manera sangrante en la pasada década, con la incesante llegada de barcazas-tumba al continente europeo ante lo que nada hacíamos, una indiferencia que se ha trasladado ahora ya también al sufrimiento de nuestros propios conciudadanos, atrapados por la miseria también aquí tras el advenimiento de la tan nombrada crisis. No hay conciencia de especie, quizás porque el individualismo que está en la base de la ideología neoliberal, a fuerza de vivirlo de generación en generación, ha quedado inserto en lo más profundo del ciudadano occidental como algo casi propio de su esencia. Sobra decir que el individualismo está en las antípodas del ciudadano cosmopolita, comprometido y solidario que propugnaba el pensamiento de izquierdas, un individualismo que deriva en sociedades como las que tenemos hoy, con masas de personas donde nadie conoce a nadie, donde todos desconfían de todos, donde nadie lucha por nada que no sea él mismo. Pero el individualismo es sólo una faceta más del ser social, que no estará definido plenamente si no hablamos del miedo, de la banalización de la cultura, de la ausencia de conciencia crítica, y, finalmente, de la resignación andante en la que se han convertido la mayoría de las personas a este lado de Europa.
El miedo, no hay más que ver lo que nos ofrecen los noticiarios de cualquier televisión oficialista: atentados, accidentes, atropellos, guerras, terrorismo, robos, crímenes, violencia, engaños, epidemias, catástrofes naturales…, todo vale con tal de que sintamos que son mil los peligros que nos acechan. Y así, al cabo de un tiempo de reproducir la fórmula, acabamos por interiorizar sin darnos cuenta esta sensación de permanente inseguridad y terminamos por vivir en base a ella, con desconfianza y miedo a todo y a todos.
En este proceso de alienación permanente de lo humano, la banalización de la cultura hace también su parte del trabajo a través del control total de los medios de comunicación y la cultura de masas. Los medios generalistas puestos al servicio del poder establecido, son los que controlan y nos dicen lo que hay que ver, lo que hay que vestir, lo que hay que leer, lo que hay que consumir, lo que hay que hacer, y finalmente, lo que hay que pensar. Evidente, esos medios al servicio del poder no darán salida a ninguna información real de lo que pasa, tampoco venderán ningún producto cultural o hábito de vida sano que nos ayude a crecer como seres autónomos. Así las cosas, acabamos consumiendo cantidades industriales de telebasura por televisión en forma de deporte, sexo, violencia gratuita, morbo, concursos prometiendo hacerte rico en dos preguntas, intimidades de otros y sensacionalismo barato, aderezado con mucha publicidad donde todo el mundo es feliz y guapo. Y el drama que está detrás de este proceso prolongado en el tiempo, es pasar sin darnos cuenta de ser Homo Rationalis, esto es, seres racionales eminentemente simbólicos acostumbrados a procesar información a través de la lectura, y de la palabra escrita, de manera más elaborada, a tragarla directamente y asimilarla sin proceso ni análisis previo alguno, a través de la imagen que nos llega con su discurso ya implícito. Así, terminamos por ser, como apuntaba Sartori, simples Homo Videns que vivimos la vida cual observadores pasivos, tal cómo otros han decidido por nosotros que la vivamos.
Antaño, la educación aún guardaba espacios de disidencia del poder establecido a los que agarrarse en busca del pensamiento crítico; hoy, con el Plan Bolonia, ni tan siquiera eso. Hoy la educación está controlada también por los resortes del poder, se ha hecho clasista, y en ella prima la formación técnica utilitarista de especialistas al servicio del Mercado por encima de la formación integral de seres humanos con una visión ética de lo que pasa en el mundo.
Con estos mecanismos funcionando continuamente sobre nosotros, pensar en la posibilidad de encontrarnos al ciudadano con conciencia crítica preocupado por el mundo y los seres que en el habitan es pedir demasiado. Los occidentales hoy, moleste a quien moleste, somos individuos muy incompletos, apenas un reflejo lejano de lo que debe ser un ciudadano. Y el resultado final, salvando algunas excepciones a la regla, es justo lo que tenemos: personas cargadas de miedos que no imaginan ni de lejos lo que significa una conducta cívica, desconocedores de la potencia que alberga cada ser humano, resignados a lo que el destino, la suerte y los que piensan por ellos decidan.
Mi opinión al respecto es pues meridiana: el ciudadano occidental es el prototipo perfecto de individuo manipulable, pura mercancía, está derechizado. Y no vale aquí aludir al Movimiento 15M para rebatir tal afirmación. Es posible que el núcleo inicial del movimiento sí que estuviera formado por ciudadanos críticos autónomos, pero lo que vino después no fue más que una repetición de lo mismo: gente que salía a la calle más por moda, porque aquello salía en los medios, porque había que protestar. Cierto, también había muchos que ansiaban un cambio, una revolución, pero no entendieron que esa revolución pasaba irremediablemente por una primera revolución interior, individual, de cada uno frente al mundo. No lo entendieron, siguieron esperando que otros les mostraran el camino, que otros les dijeran lo que había que hacer, lo que había que votar, hacia dónde había que caminar. Al cabo de un tiempo de salir a la calle sin encontrar a ese líder carismático, la masa alborotada dejó de creer en que aquello sirviera para algo y volvió al redil, retornó a su estado de lactancia permanente. Ha pasado casi un año desde aquel 15 de mayo del 2011, la derecha y los mercados siguen apretando, vuelta de tuerca tras vuelta de tuerca, los ciudadanos seguimos arrodillados, sin indicios que animen a pensar que la gente va a volver a salir a la calle.
Y esto es lo que tenemos los rebeldes de la izquierda, esta es la base social con la que hemos de trabajar para hacer de este mundo un lugar más justo. Entendemos ahora mejor el abandono de muchos, estamos en disposición de abordar ya la pregunta por el sentido mismo de la lucha social….Continuará…
(*) Articulista, escritor y activista.

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