martes, 13 de diciembre de 2011

SAYONARA BABY

Sobre la manera correcta de morir en la lava

Escena final de cualquier película épica en la que haya un volcán o lava fundida: el malo cae hacia atrás ante los ojos del protagonista y se hunde lentamente en el líquido viscoso, entre alaridos de desesperación, hasta que le consume y no quedan ni las raspas. ¿Es ésta una visión realista del asunto? Pues resulta que no.
El vulcanólogo Erik Klemetti explicaba hace unos días en su blog Eruptions (Wired) por qué la mayoría de las películas nos muestran una forma de morir en la lava bastante incorrecta. En la película Vulcano, por ejemplo, o en el final de El Señor de los Anillos cuando la criatura Gollum muere al caer en la lava de los montes del Destino. “Hundirse en la lava es algo que no te ocurrirá si eres un humano (o remotamente humano)”, escribe Klemetti. “Para eso necesitarías ser un Terminator” (guiño-guiño).
La explicación está en la densidad y viscosidad de la lava, que no se parece en nada a la del agua ni a la de las arenas movedizas, como parecen sugerir las escenas de nuestras pelis favoritas. Para tenerlo claro, Klemetti da los datos:
•La densidad del agua es de 1.000 kg/m3 y la viscosidad es de 0.00089 Pa*s (Pascales-segundo).
•La densidad de la lava es de 3.100 kg/m3 y su viscosidad es de 100-1000 Pa*s.
Ambas medidas indican la velocidad a la que un cuerpo se hundiría en un fluido en función de su propia densidad. La lava, como veis, es del triple de densa que el agua y entre 100.000 y 1 millón de veces más viscosa. La densidad media del cuerpo humano es de ~1010 kg/m3, un poco más denso que el agua. De este modo, y como sabe todo el mundo (y si no que lean a Sergio Palacios), si eres un poco más denso te hundes y si no, pues flotas. La lava es mucho más densa que tú, así que… “Si tienes menos de un tercio que la densidad del basalto”, escribe Klemetti, “va a resultar casi imposible que te hundas en ese líquido”.
Así pues, si te caes a la lava lo que sucederá es que te quedarás encima de ella y un instante después te consumirás en llamas como un fosforillo, a temperaturas de unos 1.200 º C. No te dará tiempo a soltar un “Sayonara baby” ni a levantar un pulgar en plan chachi-guay, pero también es bastante vistoso.

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