miércoles, 14 de diciembre de 2011

AMUNDSEN Y SCOTT

AFP. 14-12-2011
Robert F. Scott (a la izquierda), con sus compañeros junto a una tienda de campaña dejada por el grupo de Roald Amundsen.

Un siglo en el Polo Sur
El noruego Roald Amundsen se llevó la gloria hace hoy 100 años, pero la historia recuerda la nobleza de 'perdedores' como el británico Robert F. Scott .
ÓSCAR GOGORZA - Bilbao - 14/12/2011
 
Si algo tuvieron en común las conquistas de los extremos más fríos del planeta (por entonces, aparentemente inaccesibles) fue su marcado carácter competitivo. El noruego Roald Amundsen corrió para superar al británico Robert Falcon Scott en la conquista del Polo Sur. Británicos y estadounidenses pugnaron por la conquista del monte Everest (en 1953, por Edmund Hillary, apicultor neozelandés, y Tenzing Norgay, su sherpa,ambos miembros de una expedición británica). Y nadie olvida que el italiano Reinhold Messner fue quien holló por vez primera las 14 cimas más elevadas superando a un polaco arrinconado por la historia, Jerzy Kukuzcka. Recordar a Kukuzcka supone evocar a Scott, ambos héroes trágicos, perdedores de una carrera que en ambos casos les resultaba menor, apenas el postre de una ambición mucho más noble en la que no cabía la vanidad del vencedor.
Amundsen deseaba ser el primero en alcanzar el Polo Sur porque no pudo serlo en el Polo Norte. Messner quería adjudicarse la pugna por los 14 ochomiles porque sabía que viviría de ello toda la vida y porque su ego no le daba más opciones. En cambio, a Scott le movían ambiciones científicas y le preocupaban los medios para alcanzar su fin, distracción que posiblemente estuvo en el origen de su tremenda epopeya. En cuanto a Kukuzcka, no se conformaba con los 14 ochomiles por sus rutas normales: el estilo, la nobleza de la ascensión, las vertientes complejas y la aventura de las aperturas marcaron su camino. Fue un hombre empeñado en darse el placer de colocarse vallas en su camino mientras, a su lado, Messner corría por una pista despejada. Pese a todo, este siempre sintió su aliento en el cogote. Kukuzcka desapareció en 1989 cuando su cuerda barata se rompió al sufrir una caída en la imponente cara sur del Lhotse. Fue el himalayista más grande de su época. Hoy es un tipo olvidado. Scott, por contra, permanece en el recuerdo como un héroe trágico, de nobleza avalada por sus escritos recuperados tras su muerte y la de su equipo a causa del frío y el agotamiento. Amundsen había plantado su bandera en el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911, apenas un mes antes que su rival. Hoy se cumple un siglo.
Ciertamente cansados y soportando temperaturas de hasta 45 grados bajo cero, Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza no se engañan en su particular travesía de la Antártida, 3.700 kilómetros a recorrer en completa autonomía y contando apenas con sus fuerzas y el viento para progresar. "No podemos ni siquiera imaginar el compararnos con los pioneros, con gente como Amundsen o Scott, que lograron hace un siglo retos inimaginables. Pretender ponernos a su altura sería un absurdo por nuestra parte. Pero recordarles es bueno. Son ellos los que inspiran retos como el que ahora perseguimos", explicaba Iñurrategi un mes antes de su partida. En sus propósitos había una admiración sincera y una voluntad manifiesta de relativizar su empresa actual: "Lo menos que podemos hacer en nuestros días es buscar alternativas propias a la forma en la que se desplazaron los pioneros. Por supuesto, nada de tracción mecánica, pero tampoco perros o cualquier otro animal de tiro. Hoy en día, el viento es el mejor aliado para aquellos que buscan recrear una aventura en la Antártida". El trío ha cubierto ya casi 900 kilómetros, más a fuerza de piernas y riñones que impulsados por las cometas, casi siempre plegadas en espera de viento.
Amundsen, según explican los historiadores, reunió un equipo de grandes esquiadores y usó perros de tiro para alcanzar el Polo Sur. Los animales más débiles fueron sacrificados y devorados por los más fuertes para asegurarse así el regreso. Scott no soportaba la idea de sacrificar a los perros y escogió ponies siberianos: fue su gran error logístico. Sin embargo, algunos estudiosos afirman que Scott consideraba un mérito mayor alcanzar el Polo Sur a pie, sin el tiro de los animales. Una cuestión de ética, de moral, de estilo, que habría suscrito muchos años después Kukuzcka. Allí donde Amundsen privilegió la eficacia en el avance, la ligereza y la efectividad, Scott no fue tan puntilloso, quizá porque una de sus ambiciones era recoger muestras geológicas, meteorológicas y biológicas para posteriores estudios de carácter científico.
El equipo de Scott alcanzó su objetivo apenas 35 días más tarde que el de Amundsen, pero, si este disfrutó de un regreso eficaz, el británico sufrió una de las peores tormentas polares del siglo, con fríos desorbitados y ventiscas interminables que minaron su resistencia. Hallados muertos los expedicionarios en sus tiendas seis meses después, se recuperaron los diarios de Scott, así como varios kilos de muestras geológicas: al parecer, hasta el final, privilegiaron su misión científica.
Efecto del centenario, estos días, cerca de 30 expediciones buscan alcanzar el Polo Sur desde distintas posiciones y la mayoría en perfecta autonomía. Albert Bosch avanza en solitario desde la Bahía Hércules, que es el destino de Iñurrategi y compañía, mientras que un equipo dirigido por Ramón de Larramendi se desplaza sobre un catamarán impulsado por el viento con el propósito de recorrer 3.500 kilómetros sobre el hielo antártico. Ni todos los avances dietéticos, en la vestimenta, la comunicación o la logística garantizan el éxito de una travesía en la Antártida. Pero esto engrandece aún más, si cabe, las figuras de Amundsen y Scott.

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