sábado, 27 de agosto de 2011

¡QUÉ BONITAS SON LAS TRADICIONES!

Yo vivo en España, y aquí, como lo fue la caza del zorro en Inglaterra, "los toros" son una tradición, y "las peleas de gallos", "lanzar la cabra desde el campanario", "prenderle fuego a los cuernos de un toro", y así un largo etcétera. Y la respuesta a los detractores es siempre la misma: la tradición. No sé qué dirían de los sacrificios aztecas, de quemar a las brujas, del tiro al pichón y tantas y tantas barbaridades que el hombre, bárbaro o menos, pero siempre bárbaro, ha hecho a lo largo de su historia. Mientras sigan pensando los pichafloja que el polvo de cuerno de rinoceronte les levanta el aparato o que la aleta de tiburón tiene propiedades medicinales, estos pobre animales seguirán teniendo los días contados. TIC TAC TIC TAC...
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Tradiciones que exterminan
Costumbres culinarias chinas y medicamentos tradicionales ponen en peligro la subsistencia de especies en peligro de extinción.
ZIGOR ALDAMA - Guangzhou / Bangkok - 26/08/2011

"Los chinos comen todo lo que tiene cuatro patas y no es una mesa, todo lo que vuela y no es un avión, y todo lo que nada y no es de metal". Lo reconocen así ellos mismos, y se hace evidente en muchos mercados que sirven de atractivo turístico para occidentales que los visitan con el morro torcido y una cámara en la mano. El no va más de este carácter omnívoro llevado al extremo se encuentra, sobre todo, de la provincia sureña de Guangdong. Algunos científicos incluso sostienen que aquí surgió la epidemia de neumonía atípica (SARS) que sacudió al mundo en 2003, precisamente por ingerir animales exóticos. Pero, generalmente, son estas especies las que se llevan la peor parte, y no sólo en suelo chino.
Basta con un paseo por la calle Yaowarat, situada en el Chinatown de Bangkok, para darse de bruces con una de las especies que más sufre, a pesar de la fiereza que se le supone. Diversos establecimientos ofrecen aquí sopa de aleta de tiburón, un manjar de la tradición china que, según Wild Aid, se cobra la vida de casi 73 millones de tiburones al año. Como describe esta organización, el 99% de los ejemplares a los que se mutila perece después de que se les haya despojado de la aleta. Sus cuerpos, todavía con vida, se devuelven al mar porque la carne de tiburón no vale la pena, y en el agua la mayoría se desangra hasta morir. Un total de 50 de las 307 especies reconocidas de este escualo están ya en peligro de extinción, y eso que se ha demostrado que su carne es rica en mercurio y dañina para el organismo humano.
A nadie en Yaowarat le quita el sueño este hecho. Es evidente que el anuncio del director Ang Lee -Tigre y Dragón, Comer, beber, amar- no ha calado hondo. Los cuencos vuelan, y los comensales sorben ruidosamente la sopa. A las preguntas de este periodista contestan malhumorados. "Es todo mentira. Las ONG tienen que vivir de algo, y meterse con las costumbres chinas es una moda", asegura un hombre que no considera el tratamiento que se les da a los tiburones "peor que el de cortarle el pescuezo a un pollo o desangrar a un cerdo". Lo que sucede, asegura, "es que Occidente está lleno de hipócritas".
Un amigo suyo deja los palillos y murmura entre dientes otra idea: "Es como lo de los japoneses con las ballenas. Ahora parece que hay demasiadas y al final habrá que matarlas". Sin duda, el paralelismo no es del todo desacertado. La moratoria para la caza comercial de ballenas ha dado resultados, y el número de ejemplares ha ido aumentando continuamente desde su introducción. Pero el caso de estos cetáceos sirve para demostrar que los hábitos culinarios de unos territorios concretos suponen un peligro explícito para ciertos animales.
Si el país en cuestión es China, la amenaza alcanza terreno superlativo. El país más poblado del planeta ha conseguido, gracias a un desarrollo económico sin precedentes en la Historia, sacar a más de 400 millones de personas de la pobreza. Pero, para llevar a cabo esta proeza, han hecho falta ingentes recursos naturales. Ahora, las clases más pudientes anhelan acceder a un nivel de vida occidental -con la mirada puesta en el modelo estadounidense-, y el impacto de esta transformación se vive a todos los niveles: desde el medio ambiente hasta los mercados de futuros. Y en todo el planeta: la jungla de lugares como Borneo desaparece para satisfacer el hambre de madera del Gran Dragón, y las materias primas vuelan de Latinoamérica y África. En la otra cara de la moneda, las marcas de lujo europeas hacen su agosto todos los meses en China.
Porque lo que antes era un manjar reservado para el emperador, como es el caso de la sopa de tiburón, ahora es un capricho al alcance de millones de personas. Y el problema se agudiza en el negocio de la medicina tradicional china, que utiliza alrededor de un millar de plantas y más de una treintena de especies animales en la elaboración de sus remedios. Aunque su uso es ilegal según la Convención Internacional para el Comercio de Especies en Peligro, que China firmó en 1981, no hay que rascar mucho para encontrar garras de tigre -quedan unos 3.000 animales en libertad en todo el mundo-, cuerno de antílope, caballitos de mar o productos derivados del cuerno de rinoceronte -aunque muchos, aseguran, son falsos-.
Guangzhou, conocida también como Cantón, es uno de los centros neurálgicos de este comercio que se extiende por Asia y llega incluso a las comunidades chinas de Estados Unidos y Europa. En Londres, por ejemplo, se ha lanzado la Operación Charm para acabar con esta lacra, y se han requisado miles de productos que contienen sustancias de animales en peligro de extinción. "Muchos de los productos no se consumen aquí. Los compran en Singapur, Malasia o Tailandia", reconoce el dueño de una pequeña tienda de la capital de la provincia de Guangdong que, camuflada tras una fachada de inofensivas infusiones y setas secas, esconde una vitrina con los productos más apreciados.
El hombre, que dice apellidarse Wang, pide más de 5.000 yuanes (unos 530 euros) por un pequeño bote de una pócima elaborada con hueso de tigre. Un precio razonable si se tiene en cuenta que se puede pagar hasta 10.000 euros por cada kilo de material óseo y que, según el comerciante, entre sus bondades está que "retrasa la vejez". Más caras son todavía unas pastillas de cuerno de rinoceronte que, afirma Wang, tienen mejor efecto que la Viagra.
"Deberías probarlo con tu chica", comenta con una sonrisa maliciosa. WWF, sin embargo, liga su uso al tratamiento de fiebre, convulsiones, y delirio, muestra de que muchos de los productos que se ofrecen como reales puede que no lo sean. Como se queja Liu Zhaofeng, farmacéutica de un hospital de medicina tradicional en Shanghai, quienes venden muchos de estos productos son oportunistas sin escrúpulos en busca de beneficio fácil y rápido. "Perjudican la imagen de la medicina tradicional china, que sí funciona y que juega un papel muy importante en la salud de la población".
En Guangzhou, poco a poco, las preguntas van inquietando a Wang. "¿No seréis de alguna ONG o periodistas? ¿Queréis comprar algo o tocarme los cojones?". Llama a varios de sus esbirros y toca retirada. "¡Los extranjeros siempre intentando dañar la imagen de nuestro país!", grita una mujer en el establecimiento de al lado.
Sin duda, lugares como el Parque de los Tigres de Guilin, en el centro-sur del país, no ayudan a mejorar la reputación de China. En este complejo semi-turístico, que cuenta hasta con una tienda de souvenires, se hacinan más de 1.500 tigres, como en una granja cualquiera, esperando la muerte para que las partes de su cuerpo se utilicen en diferentes recetas medicinales, incluidas las bebidas alcohólicas que se ingieren como tónico y que cuentan entre sus ingredientes con "huesos de animales exóticos". No es una práctica ilegal porque, en teoría, los animales de los que se extraen mueren de forma natural. Y es fácil entender por qué: desnutridos y apaleados, la existencia de estos tigres enjaulados es dolorosa incluso para la vista de quienes los visitan.
No obstante, estas granjas han despertado un interesante debate. Sólo quedan en China veinte ejemplares de esta especie en su hábitat natural, y muchos creen que su cría en cautividad puede salvarlos de la extinción. No obstante, la mayoría de los grupos ecologistas se oponen a esta teoría y piden que se ilegalicen instalaciones como las de Guilin. No va a ser fácil conseguirlo en un país en el que todo tiene un precio, y en el que los derechos de los animales son algo más propio de la ciencia ficción.

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