martes, 26 de abril de 2011

NEMESIS

Preguntarse por un escritor preferido es algo complicado y, posiblemente, imposible de responder. Aún así me atrevería a decir que yo tengo uno, y por varias razones. ¿Es fácil encontrar un autor que te enganche siempre desde la primera página, que su forma de escribir produzca un gran placer de inmediato? Philip Roth es el elegido, sin duda. Anoche comencé a devorar su última novela, "Némesis", que espero terminar este fin de semana. Recuerdo que "La conjura contra América" lo leí durante mi viaje por Nueva Zelanda, a finales de 2009 y escribí acerca del estupendo libro en uno de los primeros posts de mi blog, el cual comencé justo a mi vuelta de las antípodas. Escribiré algo más cuando termine de leer esta nueva joya.

Recupero una crítica del libro des estupendo blog:
http://lasvacacionesdeholden.blogspot.com/2010/10/nemesis-philip-roth.html

Dice J. M. Coetzee en su crítica de Nemesis que no es posible profundizar en ésta, la última novela de Philip Roth, sin desvelar la ingeniosa vuelta de tuerca que experimenta cerca de su final. A continuación, sin paños calientes, revela impunemente su secreto y les roba a los lectores cualquier posibilidad de sorpresa o, cuando menos, de anticipación. Y se equivoca, no sólo porque condiciona la lectura e invita a una suerte de deconstrucción de la historia de Eugente “Bucky” Cantor, sino porque peca de soberbia, de hybris, que dirían los griegos, arrogándose un papel que no le corresponde y considerando el suyo el único modo posible de criticar Nemesis. Comprenderán Vds. que les ahorre el enlace y la tentación de leer donde no deben; al menos, hasta haber dado cuenta de la novela. Avisados quedan. Yo, por mi parte, intentaré hacer “lo imposible”, a saber, una crítica de Nemesis exenta de spoilers.
Nemesis es una novela sobre el exceso de responsabilidad y la culpa; no los de un pueblo –nunca ha sido Roth muy dado a erigirse en portavoz del pueblo judío- sino los de un individuo, el mencionado Bucky Cantor, que compensa con una exagerada atención y devoción a sus chavales del campo de deportes de la Escuela de la Avenida Chancellor la vergüenza de no hallarse en el frente europeo en el muy caluroso verano de 1944. Su severa miopía lo ha incapacitado para lanzarse en paracaídas sobre las playas de Normandía pero no para velar por el bienestar de los niños que tanto lo admiran. Por cierto que no le faltan al buen Bucky motivos de preocupación, pues otra guerra se libra en Newark, tan cruda o más que las de Europa y el Pacífico: la guerra contra la polio que se ceba con virulencia sobre los inocentes niños de Weequahic (Newark).
A estas alturas de la partida, me objetarán Vds., no resulta ninguna novedad que Philip Roth haya publicado una novela protagonizada por un joven de su Newark natal. Otra más, dirán algunos. Saben Vds. que, en mi opinión, el condescendiente y ya habitual “otra más” de la crítica significa muchísimo y muy bueno cuando se refiere a la obra de un maestro como Roth. Además, una gran distancia separa a Bucky Cantor de cualquiera de sus personajes previos. No hay rastro en él de humor, doblez, ironía o sarcasmo; tan sólo “determinación, dedicación y disciplina”. Bucky Cantor es un héroe trágico a la vieja usanza, sin grietas ni fisuras, del estilo de Aquiles y Héctor o, aun mejor, de Edipo. Y, como Edipo averiguó demasiado tarde, no les es dado a los héroes escapar de su destino, sea éste un plan urdido por el Dios vengativo del “ojo por ojo, diente por diente” o mero resultado del frío y caótico Azar de los ateos que en el mundo somos. No es de extrañar, pues, que en esta ocasión haya elegido Roth la tercera persona para su narración. La tragedia de un héroe no puede contarse en primera persona[1], sino que precisa de la perspectiva que aquí aporta un Arnie Mesnikoff que recuerda muy mucho al maduro Nathan Zuckerman de Pastoral Americana, Me casé con un comunista y La mancha humana y que nos permite conocer el último acto de la tragedia del Sr. Cantor cuando casi habíamos perdido la esperanza.
La magnífica Nemesis es, en efecto, pariente de la gloriosa trilogía americana de los ’90 y, por más que carezca de la rotundidad y aliento épico de aquella, merece ser revelada al lector página a página, sin importunas intromisiones, por más que éstas vengan firmadas por todo un Nobel como Coetzee.

[1] Menos aún en una primera persona tan ambigua y confusa como la del autor de Los hechos y Operación Shylock.

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