jueves, 9 de diciembre de 2010

RIEGA LA FAMILIA ANTES DE COMER


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Los 12 mandamientos para no enloquecer ni arruinarse con las comidas de Navidad
Por: Mikel López Iturriaga

Te tiemblan las piernas. Sientes náuseas. La ansiedad te paraliza. Es la Navidad que se acerca, y con ella el estrés de comprar comida para montones de personas, prepararla, servirla, que todo salga a la altura de las fechas y no arruinarte en el intento. Tranquilidad: todos los que participamos cada año en los procesos culinarios navideños hemos sufrido los mismos ataques de pánico. Seguir estos 12 mandamientos te ayudará a elevar el nivel gastronómico, y a la vez reducirá significativamente los niveles de gasto, irritación y nerviosismo.
1. Planifica con antelación
Para alcanzar el éxito en las comidas navideñas y que no salgan por un ojo de la cara y dos o tres riñones hay un mandamiento básico: decidir qué vamos a comer lo antes posible. Cuanto antes cerremos los menús a cal y canto y sepamos qué cosas hay que comprar y preparar, más tareas podremos hacer con antelación, mejor las podremos repartir entre los miembros de la familia y menor será el estrés de los días navideños propiamente dichos. Y además, ahorraremos dinero.
La planificación tiene unos enemigos intrínsecos, a los yo que yo denomino "radicales libres". Me refiero a esos familiares, generalmente madres ansiosas o padres a su pedo, que insisten en torpedear cualquier proyecto con cambios o platos añadidos de última hora. Tras muchos años lidiando con una madre y una tía muy bienintencionadas, pero radicales libres furiosas especialistas en dar al traste con cualquier plan, os aconsejo derivarlos a los aperitivos y a los postres para que se explayen. No cedáis ni medio milímetro en los platos principales, bajo amenaza de largaros a Cayo Coco la siguiente Navidad.
2. Encarga lo que puedas
Una vez cerrado el menú, conviene encargar lo antes posible los ingredientes principales de carne, pescado o marisco de los platos: es la mejor manera de garantizar al 100% ese carré de cordero increíble o ese besugo estratosférico. Los pedidos previos, aceptados en estas fechas por gran parte de los puestos de los mercados, las tiendas y los supermercados, nos aseguran un buen producto preparado según nuestras intenciones culinarias, y nos evitan ausencias desagradables de última hora que nos fuercen a cambiar el menú.
3. Congela sin temor
No es noticia que a los señores que ponen los precios se les va la bola en Navidad, sobre todo en los productos frescos. Una manera de ahorrar es comprar con antelación los alimentos que se puedan congelar sin que su calidad merme. Es el caso de las carnes: envueltas en papel de cocina y después en plástico (si ya se tiene una envasadora al vacío es para nota), se pueden meter al congelador y sacarlas tranquilamente un par de días antes a la nevera.
Con los pescados, el asunto es un poco más peliagudo, porque por desgracia no saben igual después de congelados. Eso sí, podemos reducir al mínimo ese cambio con periodos cortos de congelación, envoltorios adecuados (los mismos que los de la carne), descongelaciones lentas en la nevera y preparaciones en las que no se note tanto el efecto del frío.
4. Elige platos de temporada
¿Cuál es la mejor forma de que nuestras facturas en comida se disparen? Pretender comer en en estas fechas verduras, frutas o pescados frescos que no son propios de la época invernal. Así que sé inteligente y dí sí a las alcachofas, las acelgas, la coliflor, la lechuga, las naranjas, las manzanas, la piña, el bacalao, el besugo, el mero o los salmonetes, y no al tomate, la berenjena, los espárragos, los melocotones, las fresas, el atún, el lenguado o el rape. Y por supuesto, un gran SÍ al marisco, que para eso diciembre es un mes con erre.
5. Apuesta por la humildad y la simplicidad
Uno de los mayores errores que se cometen en estas fechas es pensar que si no comes algo carísimo y/o complicadísimo de hacer no estás celebrando la Navidad como se merece. Repítete a ti mismo mil veces: no quiero ser una Carmen Lomana de la cocina, los platos emperifollados y liosos ya no se llevan, y unos ingredientes humildes, combinados en una receta correcta, pueden ser mil veces más satisfactorios para mí y para mi familia que unos lujosos.
Elige fórmulas sencillas que tengan alguna técnica o ingrediente distinto de alta calidad que los saque de la rutina, porque ése es el camino más corto hacia el triunfo. Ejemplos a bote pronto: una crema de calabaza con unas gambas de primera de guarnición, una ensalada de espinacas cocidas y setas con un salmón ahumado salvaje, o una buena pularda de corral rellena de higos secos y trufa.
6. Evita preparaciones de última hora
Cuantas menos cosas tengas que hacer en el último momento, mejor. En términos prácticos, esto se traduce en preferir los platos fríos, los asados y los guisos a los salteados, los fritos y la plancha. No ocurre nada porque haya un platillo que necesite un toque final justo antes de pasar a la mesa. Pero uno. Piensa que en las comidas navideñas suele haber muchos comensales, y si te lías con florituras lo más probable es que no salgan bien o que el personal se las termine tomando medio frías.
7. No te vuelvas loco con qué van a comer los niños
Según los expertos, la Navidad genera en los críos un estado de excitación similar al producido por el consumo de cinco gramos de cocaína en una hora. Esto significa que necesitan comer mucho menos que lo normal, y que con que piquen un par de entremeses y se forren a postres y a dulces es más que suficiente. Obvia los caprichosos gustos infantiles en el resto del menú, porque no hacerlo te llevará a una espiral de pesadilla que no conduce a nada. Y déjales levantarse de la mesa e irse a jugar en cuanto empiecen a dar la pelmada.
8. No te vuelvas loco con que todo guste a todo el mundo
No pasa nada porque Pepita no coma alcachofas y Pedrito no pruebe el pescado. Navidad es igual a sobreabundancia de comida, y que algún miembro de la familia se tenga que saltar un plato no es ningún drama. Ya tomará otras cosas. Eso sí, no te pases con ingredientes demasiado éxóticos que puedan causar un rechazo generalizado: los experimentos con carne y pescado crudo, algas o bichos extraños los dejas para tu cumple, que pones lo que te da la gana y punto.
9. Modera las cantidades
El atiborramiento es el peor mal de la Navidad. Sólo hay una sensación peor que la de sentirse como un cachalote inflado de comida después de un banquete, y es la de llegar al segundo y a los postres sin ganas y no poder disfrutarlos. Lo mejor es ir de menos a más: aperitivos variados pero escasos, entrante ligero, segundo abundante por si hay algún tragón y postres también abundantes pero no pesados. Trata de superar el horror vacui que nos ataca siempre en estas fechas: a la pregunta "¿habrá suficiente?" contesta "sí" por principio.
10. No te sientas culpable si compras algo hecho
No, no eres lo peor si compras algún plato preparado en un sitio de confianza. Hacerlo nos puede liberar de parte de la presión y dejarnos tiempo para centrarnos al máximo en el resto del menú. Eso sí, no hay nada más triste que una cena o una comida navideña encargada en su totalidad: cocinar un poco para los demás, aunque sean cosas muy sencillas, es una muestra de amor.
11. Riega la familia antes de comer
Puede que "cóctel de bienvenida" sea la expresión más moña de la historia después de vernissage. Pero es justamente lo que tienes que dar a la familia antes de comer si quieres que reine la diversión. Una dosis moderada de alcohol no sólo lubrica las relaciones, sino que predispone a los comensales para disfrutar con más alegría de la comida y perdonar posibles errores. Insisto, una dosis moderada: no hay nada más lamentable que sentarse cocido a una mesa.
12. Sé consciente en todo momento de que la comida no es lo más importante
Relájate y reprime la Bree Van de Kamp que llevas dentro: el mundo no se acaba porque la fiesta gastronómica no sea absolutamente perfecta. Date por satisfecho con acertar con unas cuantas cosas y tómate a risa cualquier fracaso. Lo fundamental en Navidad es pasar un rato agradable con los tuyos en un ambiente de paz y armonía. Lo dicen los curas y los cursis, y tienen razón.

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