martes, 7 de septiembre de 2010

TRIBUNA: BARBARA PROBST SOLOMON


Mi ciudad y la mezquita
Estados Unidos no debería intentar exportar al mundo su actual obsesión por las religiones. El verdadero escándalo en Nueva York es que, casi una década después del 11-S, la 'zona cero' sigue siendo una escombrera.
BARBARA PROBST SOLOMON 07/09/2010

Primero intentamos salvar y mejorar el mundo con la guerra de Irak, ahora estamos intentando exportar al mundo musulmán otra abstracción: nuestra tolerancia y superior libertad religiosa al acoger la construcción de una mezquita a menos de dos manzanas de la zona cero. Toda política es local, como suele decirse, y, yo añadiría, la libertad también tiende a ser local. Fue horrible ver cómo de la noche a la mañana se transformaba el cementerio de las Torres Gemelas en una Torre de Babel, cuando piquetes de activistas foráneos llegaron a la ciudad enfurecidos. Mi ciudad fue invadida por extremistas políticos nacionales, la misma multitud de teapartistas (mucha de la gente que insiste en que Obama no es un norteamericano y que es musulmán) que, a finales de agosto, en número todavía mayor, abarrotó el Lincoln Memorial de Washington. Obviamente, sin ser ilegal sí que fue de mal gusto que Glenn Beck, el líder del grupo, escogiera el lugar y el aniversario del histórico discurso de Martin Luther King "Yo tengo un sueño" para ese acto.
La mayor parte de los neoyorquinos consideran que la construcción de una mezquita tan cerca de la zona cero es algo de mal gusto y falta de sensibilidad, y preferirían que se trasladase unas cuantas manzanas (tenemos entre 100 y 200 mezquitas en la ciudad). Sin embargo, muchos liberales o moderados se muestran intensamente ofendidos ante la idea de semejante acuerdo. ¿Pero desde cuándo un acuerdo es indicativo de mala fe? Irlanda prosperó cuando católicos y protestantes alcanzaron un acuerdo. ¡Ojalá que los israelíes y los palestinos llegaran a un acuerdo!
Tanto el alcalde Bloomberg como el imán del proyecto, Feisal Abdul, han seguido inflexibles, rechazando debatir alternativas, y han tenido cierto apoyo interreligioso (sacerdotes, rabinos, etcétera). Pero lo interreligioso puede resultar también un tanto sensiblero. Libertad de religión también significa liberarse de la religión. Provengo de una minoría creciente -una familia judía laica que no creía en la religión organizada- y no me parece que los líderes religiosos -ninguno de ellos- representen mi pensamiento. Bloomberg (el octavo hombre más rico de Estados Unidos) es un camaleón político, su próxima ambición es la de comprar una presidencia, no sabemos aún con qué candidatura. Cambió de demócrata a republicano para conseguir ser alcalde; y para poder ser elegido por tercera vez modificó el límite de mandatos de dos a tres, marcando de este modo a la ciudad con un mal precedente. Piensa en términos inmobiliarios y acaba de dar su aprobación a otra extraña operación: la construcción de un feo rascacielos que tapará la icónica e histórica silueta del Empire State Building.
El verdadero escándalo es que casi una década después del 11-S la zona cero sigue siendo una vasta escombrera. A pesar de su extraordinario poder en el mundo de los negocios, Bloomberg ha fracasado estrepitosamente en liderar la reconstrucción de las Torres Gemelas. Si hubiera contribuido a crear una nueva y adecuada utilización de ese espacio y un monumento conmemorativo, tendríamos ante nuestra mirada un muy diferente Lower Manhattan y mantendríamos un diálogo muy distinto acerca de la construcción de una mezquita. En lugar de la imagen de un área bombardeada, donde el hedor de la muerte persistiera durante años, y donde cada neoyorquino conociera a alguien que pereció allí, podríamos haber tenido la oportunidad de levantar el ánimo mediante una arquitectura que nos impresionara y nos estimulara. En ese contexto, una nueva mezquita simplemente formaría parte del nuevo paisaje. Tal como están las cosas, la mezquita será más alta que la zona cero.
Experto en desviar el tema del fracaso de su liderazgo respecto a la zona cero, Bloomberg recurre a contarnos que sus padres padecieron el antisemitismo cuando compraron una vivienda en un suburbio de Boston, insinuando así que los que estamos preocupados por la ubicación de la nueva mezquita somos automáticamente racistas. Entretanto, siguiendo el modelo de la versión de la historia que mantiene Bloomberg, el imán Feisal Abdul circula por Oriente Próximo bajo los auspicios de nuestro Departamento de Estado y, en vez de admitir que cometió un error al elegir la ubicación, dice en los periódicos islámicos que solo se opone a la mezquita un escaso número de gente y que el caso es similar a la pasada historia de racismo contra, por ejemplo, los irlandeses y los judíos.
El auténtico racismo en este país es el que ha habido contra los negros, los indios americanos y, durante la II Guerra Mundial, los japoneses. Seguramente la familia del alcalde Bloomberg siempre hubiera podido encontrar un domicilio en Nueva York, que tiene la mayor población judía del mundo, y los irlandeses, empezando por la Tammany Society, siempre han dominado la política de Nueva York. Recuerden que estamos hablando de Nueva York, una de las ciudades más tolerantes del mundo, que siempre ha tenido su propia población de musulmanes y sus mezquitas, y que esta es la ciudad que los terroristas escogieron para su destrucción.
Es una arrogancia pensar, como hace nuestro alcalde y algunos de nuestros políticos, que por medio de Feisal Abdul volveremos a enviar un eficaz mensaje sobre nuestra bondad al mundo musulmán. Habitualmente nuestros emisarios, ya sea en Irak como en Afganistán, han sido un desastre. (¿Quién se supone que recibe nuestro noble mensaje? ¿Estamos seguros de que los países musulmanes quieren al imán Feisal Abdul como mensajero? ¿Y a qué musulmanes y de qué países estamos intentando impresionar?). La sociedad musulmana no admira automáticamente nuestras ideas sobre la libertad religiosa; la laica Europa podría interpretar esas acciones nuestras como indicativas de nuestro excesivo énfasis en la religión. Los inmigrantes no necesitan de los abstractos mensajes de nuestros políticos. Este país es una óptima opción para un inmigrante simplemente porque somos una sociedad fluida: los inmigrantes (al menos hasta la recesión) pueden ganarse bien la vida y vestir, comer y hacer lo que les guste.
Los norteamericanos tendríamos una visión mucho más clara, un mejor sentido de quién es quién y qué es qué, si recobráramos el anticuado hábito de pensar en el mundo en términos de países y solo secundariamente en términos de creencias religiosas. A este respecto, el fallo de Bush al presionar a los saudíes, ricos en petróleo, para que controlaran sus madrasas wahhabíes, donde la violencia se enseña como educación y se exporta a otros países árabes, ha puesto las cosas innecesariamente difíciles a los musulmanes moderados.
El proyecto de la mezquita y del centro cultural ha sido erróneamente descrito "como el 92nd Street Y". Pero el Y (inicial de Young Men's Hebrew Association) de la calle 92 fue creado en tiempos más laicos. A finales del siglo XIX el filántropo judío alemán Jacob Schiff donó una parte considerable de su fortuna para su creación. Hay iglesias y sinagogas en Manhattan que también sirven de centros culturales, pero el 92Y no es una de ellas. No tiene sinagoga; su interés por lo judío se centra en lo histórico, lo artístico y lo cultural. Cuando siendo yo niña mi madre, que era una entusiasta de la danza moderna, me arrastraba al auditorio Kaufmann de ese centro, yo, aburrida de la severidad de Martha Graham y de la música atonal, contemplaba el techo que estaba ribeteado por nombres: Dante, Isaías, Moisés, Shakespeare, Beethoven, Lincoln, Goethe, Washington, Jefferson... al menos esos son los que yo recuerdo. Durante la II Guerra Mundial borraron a Aristóteles para dejar sitio a Albert Einstein, a quien el 92Y había elegido como el exiliado europeo más distinguido (por desgracia, en los 40 ninguna mujer emblemática había ascendido aún al techo). El 92Y fue el regalo cultural, no religioso, de Schiff a Nueva York. Muchos escritores y poetas de renombre, de T. S. Eliot a James Joyce, de Bellow a Sontag, incluso Javier Marías en la primavera pasada, han pasado por él. Un real y dinámico intercambio entre países y culturas, como siempre lo será la mezcla de comercio, cultura e intelecto, con los ingredientes añadidos de la moderna tecnología audiovisual. Y dentro de ese marco, pero no en lugar de él, la religión desempeñará su papel.

Traducción de Juan Ramón Azaola.
Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense.

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