martes, 20 de julio de 2010

LA FIESTA DEL GOL

ELVIRA LINDO 18/07/2010

"Estos son mis principios. Si no te gustan, tengo otros”. Con esta sentencia resumía Groucho la que viene a ser la historia de mi vida. Hace dos domingos dedicaba esta columna (en toda la extensión de la palabra) a defender mi derecho a disentir de la pasión futbolera. La columna no estaba mal, qué caramba, incluso hubo gente que me escribió para compartir conmigo esa desafección por el mundo Mundial. Pero en dos semanas las personas (algunas) podemos cambiar enormemente. Ya sé que es algo habitual en las necrológicas alabar la coherencia del finado, como si lo mejor que hubiera hecho el muerto es no haber cambiado en su puñetera vida (que también es triste). Yo no tengo planes de morir a corto plazo, pero dado que nunca se sabe, me gustaría dejar por escrito a mis posibles necrólogos que destaquen de mi persona mi profunda incoherencia,mi veletismo,mi veleidosidad. Yo me doy un aire a ese personaje de la película Ojos negros interpretado por Mastroianni, que en vez de cumplir con su deber en la vida se va detrás de una cuadrilla de gitanos por el gusto de bailar la música; soy como el pobre Pinocho, que no consigue ser de carne y hueso por no saber resistirse a las tentaciones. No quiero decir que en dos semanas me haya convertido en una experta del balompié (en absoluto), pero, al igual que a Pinocho le salían al paso niños malotes con promesas de gran diversión, a mí se me plantaron unos individuos de mi propia familia que no compartían mi voluntad de sentirme al margen de tan tamaño acontecimiento. Y contra la familia (por mucho que diga Rouco), en España, no se puede hacer nada. Si la familia decide ver elMundial en tu casa, resignación cristiana y gin-tonics de pepino, tortilla, tomate y jamón. Rebelarse es una pérdida inútil de energía. Con esto no quiero excusarme. Yo, cuando decido lanzarme al pozo de la contradicción,me tiro en plancha: camiseta roja y vuvuzela los chinos. Al segundo gin-tonic ya estaba haciendo comentarios técnicos, del tipo, el árbitro es un capullo; los holandeses, unos degenerados, y qué bueno está Casillas. Diré algo en mi defensa, soy persona de pocos principios, sí, pero tengo algunos irrenunciables, los que se incluyen en la declaración de los derechos humanos; en el resto, soy flexible, las ideologías absolutasme danmiedo (ymás quienes las defienden) y siento recelo hacia las personas que creen estar en poder de la verdad. No me gustaba el fútbol hace dos semanas, sigue sin gustarme, pero qué quieren: me gusta el gin-tonic, el cachondeo, la alegría contagiosa; me gusta observar a ese señor educado con pinta de honrado funcionario delMinisterio de Fomento que se llama Vicente del Bosque, me atrae su humanidad, su contención, la ternura palpable y verdadera hacia su hijo; me gustan los cuerpos de los futbolistas, que nada tienen que ver con las musculaciones exageradas tan en boga en los gimnasios; me caen bien esos chavales, que parecen tan majos, tan normales, que responden al simpático estereotipo del héroe popular que sale de la nada para perpetrar una hazaña;me gusta ver cómo disfrutan mis familiares futboleros, como si en ese momento volvieran a ser los niños que yo conocí; me gusta, a pesar de mi ignorancia, contemplar un golazo, producto de una jugada intrépida, prodigiosa. Me gustó, como a la mayoría de las mujeres que conozco, el arrebato casillesco, el beso espontáneo, y no pienso perderme en interpretaciones de “género”, porque si seguimos por ese camino vamos a conseguir que nadie tenga un gesto natural con una cámara delante.Me hizo gracia toda esamuchachada atravesando Madrid como en carroza, dando saltos, ajenos al jet lag, a los 8.000 kilómetros, como si el cansancio fuera incapaz de derrotar el chute de adrenalina y la fortaleza de la juventud. Me parecía genial que disfrutaran como niños de su victoria, que no fueran reservones como son algunos artistas y que quisieran compartir su alegría con una ciudad volcada a la calle y un país volcado frente al televisor. Me reí cuando les veía saltar en el escenario, como si aún fueran chicos de instituto, tirándose unos sobre otros a cadamomento, escribiendomensajes en elmóvil o haciéndose fotos a sí mismos. Eso sí, hemos de reconocer que, en cuanto a calidadmusical, Brasil lo hubiera hecho infinitamente mejor. Por Dios: ¡esa música enlatada, esos playbacks, esa celebración cañí! ¿Eso es todo lo que damos de sí para homenajear a un equipo que según se repitió una vez y otra nos ha sacado en las primeras páginas de la prensa mundial? Miraba el espectáculo televisivo y no daba crédito. Qué confusión, qué vulgaridad. Es inaudito que los más cómicos del show fueran los propios deportistas. Y no se sabía si los presentadores televisivos habían sido aleccionados para celebrar el espectáculo fuera el que fuera o si estaban cegados por la emoción del momento, pero el caso es que no hicieron ni un solo comentario crítico a semejante desmadre. Es cierto que nadie podía apagar la felicidad ni del público ni de los campeones, pero daba un poco de pena que no se hubiera aprovechado el momento para sacar a escena unosmúsicos imponentes. Dio la impresión de que España, la del Viva España, es el país donde todo elmundo tiene las orejas de madera.

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