viernes, 26 de marzo de 2010

DE RELOJES, HÍGADO DE BACALAO Y FRENOS


Esta semana que acaba ha dado para mucho, para casi todo. Mi cuello sigue resentido y después de que el traumatólogo de rigor me dijera -usted tiene artrosis, 2 hernias cervicales, los huesos del cuello de un anciano... o se opera o se rehabilita, esto es lo que hay, opté, con buen criterio según mi punto de vista, por la rehabilitación. Así pues me pongo de nuevo en manos de Israel, dueño de unas manos milagrosas que lograron sacarme del pozo doloroso en el que caí en el 2002, mi otrora annus horribilis, y comienzo mi segunda etapa de rehabilitación ayer mismo por la tarde. Un poco de masaje, otro poco de manipulación y de electricidad, compra de pastillas de aceite de hígado de bacalao (son antiinflamatorias, según me dicen ), cara de pánfilo del farmacéutico -ya eso no existe, aquí tiene pastillas de Omega 3 que no es lo mismo pero es igual, que compro raudo y sumiso, y regreso a casa. Todo bien, rehabilitación comenzada- se vislumbra ya el fin del dolor- y pedal de freno que se hunde hasta el fondo y más allá. Vuelvo despacio, compro previsor líquido de frenos en una gasolinera que me quedaba de paso y aparco el Jeep en el garaje, después de toda la parafernalia perruna, es decir abre puerta, deja coche, entra en casa, abre puerta de nuevo, cierra puerta, perros fuera, abre garaje, entra coche, cierra puerta, abre perros de nuevo, etc. Bien, coche guardado, capó levantado, fluorescentes encendidos y voilà, como era de esperar el líquido ha volado. Relleno el compartimento, me agacho para ver si gotea, enciendo el coche, bombeo el pedal un rato y la luz de advertencia no se apaga ni a la de tres. Mi gozo en un pozo. Pasa la tarde, la noche y aquí estamos de nuevo, aparcando el susodicho a las puertas del taller, muy temprano, después de conducir cual dominguero con suegra sentada delante -ayminiñonocorrasmucho. Aparco, café y conversación de bar hasta las 8 en que vuelvo al taller, esta vez para hablar con el mecánico y contarle mis penas. Me adelanta que si se trata de un latiguillo va a estar complicada la cosa, optimista el hombre, así que lo dejo allí hasta dentro de una hora en que ha prometido darme noticias, buenas, malas o peores.
Ahora espero y desespero en la biblioteca de La Esperanza, ambos dos la bibliotecaria y yo, hacendosa ella, escribiente yo de esta pequeña crónica intemporal. Y mientras aguardo las buenas nuevas, optimista siempre que es uno, me acuerdo de aquel reloj del barrio chino neoyorquino que me regalaron y el cual nunca me he puesto, porque entre una cosa y otra pasa más tiempo en el relojero que en mi muñeca. No querría que mi coche pasara de llamarse Jeep Cherokke a Jeep Bell & Ross.
Continuemos con los dedos cruzados.

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