jueves, 29 de febrero de 2024
ECUACIÓN DE SEGUNDO GRADO
Nunca me gustaron demasiado las matemáticas y aun así acabé siendo arquitecto, donde éstas fueron importantes a lo largo de toda la carrera, ya fuese como asignatura propia o en cálculo de estructuras. Cuando me tocó escoger entra "ciencias" o "letras" elegí la primera opción, aunque siempre he sido un hombre de ciencias con corazón de letras. La Arquitectura, a pesar de todo, es arte, uno de los más grandes y así me gusta verme, como un artista -modestia aparte-, heredero de tantos y tantos arquitectos que han embellecido la Historia con su obra. Como arquitecto de hoy, ahora con toda la modestia del mundo y más, únicamente aspiro a aportar un bonito grano de arena, con eso me conformo.
Del blog JOT DOWN recupero un artículo (no encuentro la fecha, lo juro) y lo reproduzco. Todo esto a colación de un problema matemático que me surgió hace un momento al intentar concluir la valoración de una parcela: una ecuación de segundo grado. Chino. ¿Cómo puedo haber olvidado algo que debió ser tan sencillo de solucionar?
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Ciencias o letras: una mala elección
Escrito por Carlo Frabetti
A edad muy temprana, las/os jóvenes estudiantes tienen que elegir entre «ciencias» y «letras». Previamente tuvieron que escoger —en la escasa medida de lo posible— entre ser niños o niñas (no me refiero, obviamente, al sexo biológico sino al rol de género), y antes incluso de que nacieran, el orden establecido determinó si serían ricos o pobres. De entre estas y otras dicotomías difíciles de afrontar, la elección entre ciencias y letras parece la más libre; pero en realidad no suele serlo, y ello por al menos dos razones.
La primera es que para la mayoría resulta muy difícil considerar una tercera opción, o tan siquiera concebirla. Ser «de ciencias» o «de letras» se considera tan natural e inevitable como ser chico o chica, y no ser ni una cosa ni otra, o ambas a la vez, es tan «raro» —en ambos sentidos del término— como ser asexual, bisexual o hermafrodita, y plantea análogos problemas de adaptación, tal vez menos dramáticos, pero igualmente decisivos para el desarrollo de la personalidad. Y la segunda razón es que, desde la más tierna infancia, la familia, la escuela y otras circunstancias personales orientan insistentemente a niños y niñas en un sentido u otro. El condicionamiento no es tan fuerte como en el caso de la elección de género, ni se apoya en signos externos tan evidentes y supuestamente determinantes; pero las/os adolescentes suelen tener muy claro, o así lo creen, si «lo suyo» son las ciencias o las letras, si «se les dan bien» las temibles matemáticas —el pensamiento cuantitativo— o han sucumbido a la aritmofobia que unos planes de estudio lamentables inducen en un amplio sector de la población. Y esta fragmentación precoz de la mente y de la sociedad es una de las mayores taras de nuestra cultura. Elegir entre ciencias y letras es una mala elección, porque el fallo está en el mero hecho de decantarse por una de las dos ramas con exclusión de la otra.
Ciencia y literatura
En su sentido más amplio, tanto «ciencia» como «literatura» son términos que abarcan casi todo lo relativo al saber, y que por tanto vendrían a significar lo mismo. Etimológicamente, ciencia es sinónimo de conocimiento, y la literatura incluye todo lo escrito, que es casi todo lo pensado. Sin embargo, en su acepción coloquial se han convertido en términos poco menos que antitéticos, y este divorcio entre «ciencias» y «letras» perjudica a ambos hemisferios culturales. Nuestra inconexa cultura es como un cerebro con el cuerpo calloso atrofiado. Aunque, a riesgo de desatar las iras de algunas gentes «de letras», hay que señalar que la situación no es simétrica. La ciencia avanza cada vez más deprisa, mientras que la literatura convencional está cada vez más estancada (puede parecer la opinión triunfalista de un científico, pero en realidad es el lamento de un escritor, puesto que hace muchos años que dedico más tiempo a la literatura que a las matemáticas).
La literatura rara vez se ocupa de la ciencia o tan siquiera se preocupa por ella, que, para no quedar excluida del universo literario, ha tenido que refugiarse en el dorado gueto de la ciencia ficción. Porque la literatura convencional, salvo rarísimas excepciones, no solo no incorpora los temas brindados por la ciencia, sino ni siquiera la nueva sensibilidad, la nueva visión del mundo que se desprende de los deslumbrantes logros científicos del último siglo. Lo que equivale a decir que, en más de un aspecto, muchos escritores actuales siguen atascados en el siglo XIX. Esperemos que los paladines de esa «tercera cultura» augurada por C. P. Snow en su ya clásico ensayo Las dos culturas acudan al rescate. Porque, parafraseando a Bernard Shaw (que decía que la juventud es un tesoro demasiado valioso para dejarlo en manos de unos niños), la literatura es demasiado importante para dejarla —solo— en manos de la gente de letras.
Literatura y ciencia
Pocas personas saben que no se descubrió el cero, clave de los sistemas de numeración posicionales, hasta el siglo V o VI de nuestra era, y menos aún son conscientes de la sutileza e importancia de este descubrimiento —o invento— trascendental. Aunque hay evidencias anteriores de un signo gráfico equiparable al cero tanto en Mesoamérica como en India, no empezó a utilizarse de forma operativa hasta hace unos mil quinientos años. Y no se extendió por Europa hasta el siglo XIII, gracias al Liber Abaci de Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, que aprendió de los árabes el sistema de numeración que estos habían importado de India. Cuesta creer que los grandes matemáticos de la antigüedad, como Euclides (cuya perfecta geometría se sigue enseñando tal como él la formuló) o el mismísimo Arquímedes (que se adelantó en dos mil años al cálculo infinitesimal y determinó el valor de pi con extraordinaria precisión), no conocieran el cero ni dispusieran de un sistema de numeración eficaz.
El sistema posicional decimal no se suele explicar adecuadamente, y sus algoritmos computacionales se aprenden de memoria, con lo que la mayoría de quienes creen «saber» las cuatro operaciones son, en el mejor de los casos, calculadoras mecánicas lentas y defectuosas. Y aunque resulte paradójico, este es un problema básicamente literario. El ser humano se constituye como tal mediante el lenguaje, y aprender es, ante todo, aprender a hablar. Y en las culturas no ágrafas, que en la actualidad son prácticamente todas, este aprendizaje básico se prolonga y consolida en la lectura y la escritura. Por lo tanto, enseñar es, en última instancia, enseñar a utilizar el lenguaje, es decir, a hablar —y a escuchar— correctamente, a leer de forma comprensiva y a escribir de forma comprensible. Y esto vale tanto para la enseñanza de la literatura o la historia como para la de las matemáticas o la física.
Tanto los individuos como los pueblos, en su infancia, aprenden mediante relatos. Por eso todas las culturas, en sus orígenes, expresan y transmiten su visión del mundo mediante mitos. Y por eso los niños quieren que se les cuenten esos «pequeños mitos» que son los cuentos maravillosos siempre de la misma manera: porque para ellos no constituyen un mero entretenimiento, sino también una forma de poner orden en su mente y de interpretar la realidad. Al oír contar los cuentos una y otra vez, los niños consolidan su aprendizaje lingüístico, a la vez que adquieren seguridad en el manejo de la información. Y por eso la enseñanza de cualquier materia, en sus primeras etapas, tendría que basarse fundamentalmente en los relatos. El «cuento de las cuentas» debería figurar entre las primeras historias narradas a las niñas y niños de corta edad, junto a Pulgarcito o Caperucita Roja, para conjurar el miedo a perderse en el bosque de los números.
Toda articulación del conocimiento es, en alguna medida, una narración. La literatura relata, la ciencia relaciona, y no en vano ambos verbos tienen la misma etimología. Es lamentable que la presencia de la ciencia en la literatura sea tan escasa; pero no es menos lamentable (en realidad es la otra cara de la moneda) que lo literario-narrativo esté tan ausente de la enseñanza y la divulgación de la ciencia, y que tan pocos profesores y divulgadores sean conscientes de que, también con las materias científicas, de lo que se trata es, en última instancia, de enseñar a leer. Y a gozar de la lectura.
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PD de mi cosecha: no dejen de ver esta joya de videoclip: Weapon of Choice, nunca mejor dicho.
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Fatboy Slim, *Weapon of Choice.
miércoles, 28 de febrero de 2024
LA BIBLIOTECA
El arquitecto no está ya, ni el uno ni el otro y, asumido lo de la chimenea, yo derivé hacia otro concepto más modesto y el corazón de mis casas, si esto es posible, es la biblioteca. Mucho más limpia que una chimenea, sin duda, e igual de confortable, o más.
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Blak Box, *Ride on time.
MINORITY REPORT
Ay el poder, ¡qué tiene? porque algo tiene, eso seguro. El absoluto está claro, ya lo dice la propia palabra, ¿quién podría librarse de su efluvio? Que se lo digan a Gadafi o a Sadam, mientras les duró el chollo.
Los cantos de sirenas deben ser tan embriagadores que personajes como José Mújica se cuentan con un dedo de la mano, siempre como la excepción que cumple la regla.
En España, ¡España!, el Tribunal Constitucional dictó en 1983 que el escaño pertenece al diputado y no al partido político, de ahí que la postura de Ábalos sea absolutamente legal, pero ¿y el daño al PSOE? Este asunto traerá cola, ya se encargarán de ello los periodistas, los políticos varios y el propio exministro. Desgraciadamente, visto lo visto, parece que por mucho que se rasguen las vestiduras aquí nadie puede tirar la primera piedra, aunque la tirarán, y con más fuerza si cabe. ¿Será posible rodearse de un asesor que no sea chorizo en potencia? No debe ser sencillo; ¡ay esa mano quemada en el fuego! Mi abuela, leyendo el periódico, hubiera apuntillado seguramente: ¡ay Mería, aquí roba hasta el apuntador!
En un ámbito más doméstico, digamos por ejemplo las oficinas técnicas de los ayuntamientos o las gerencias de urbanismo, que tanto montan, "el poder" tiene también su hueco, vasto o reducido. Hablaba ayer con una arquitecta enfadada por lo que le pedía un técnico, solución que iba totalmente en contra de su criterio como redactora del proyecto.
> ¡Quéjate!, no desfallezcas, defiende tu postura hasta el final.
> Sí, estoy de acuerdo, pero de esta manera nunca me darán la licencia de obra.
Así son las cosas finalmente, así acaban siendo, ninguna queja por escrito, técnicos impunes. ¡Viva la policía urbanística del futuro! No importa que no hayas hecho nada aún, yo, como Tom Cruise en Minority Report, sentencio que tú serás un delincuente y que dentro de unos años le harás esto o aquello a la vivienda, de manera que, como soy vidente (absoluto), te prohíbo de antemano que lo hagas y listo, todos tan felices. ¿Cómo se va a permitir acceder a las azoteas de los edificios o de las viviendas unifamiliares? (hecho verídico en una ciudad isleña). Mejor prohibimos el acceso a ellas y así evitamos que terminen ampliando las solanas o construyendo una nueva planta. Muerto el perro se acabó la rabia.
¿Hay solución para acortar la sombra del poder? Yo no la sé, pero seguro que sí. ¿No dicen que todo tiene solución menos la muerte? Pues eso. Evaluaciones periódicas de los técnicos, políticos a la altura, puestos no vitalicios, sueldos equilibrados, eliminación de las tristemente famosas "puertas giratorias", productividad real evaluada de manera externa, "asuntos internos" en la Administración (sí, los ineptos también existen y se multiplican como los panes y los peces), cursos sobre qué es la función pública; todo esto se me ocurre para empezar. Incluso un departamento de atención al ciudadano que realmente sea lo que promete, ayudar. La Administración debe tener personal que defienda al administrado, que al fin y al cabo es quién, con sus impuestos, paga las nóminas. Lo malo es que tal y como está el sistema, cualquier trabajador que funcione acaba a) defenestrado por sus compañeros, b) tupido a trabajo; ambos finales sumidos en el estrés y la ansiedad... o en los tribunales. ¿No les parece ésta una buena trama para un libro?
Los años pasan y, con lo poco que uno a aprehendido de la vida, sólo le resta no parecerse a Mateo Lesmes y huir de su pesimismo recalcitrante, que todavía es posible, al menos para nosotros. Más difícil lo tienen los osos polares, para qué nos vamos a engañar. Me viene a la cabeza ahora el libro "Sleepers" ("Hijos de la calle" en España), magnífica novela de Lorenzo Calcaterra sobre relaciones humanas, amistad y poder. Por si no la han leído no la destriparé, sólo comentar que uno de los personajes principales, Michael, decide desaparecer del mundo y volverse carpintero en el campo.
Pozo Izquierdo no es el campo que digamos, tampoco me llamo Michael y la carpintería se me da regular, pero podría ser ésta una idea para darle una vuelta.
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Trailer "Minority Report".
martes, 27 de febrero de 2024
OBRAS (3 COLORES, 3)
"En obras te veré", reza la maldición, y parte de verdad tiene. ¿Quién no ha tenido esa sensación de que nunca terminan? Para un arquitecto, hacer una obra en su casa resulta, quizá, rizar el rizo, nunca está nada como uno lo imagina; los remates no terminan de ser perfectos, esto o aquello que no encaja, hasta que finalmente uno acaba enamorado de su obra, como debe ser. No se cumple el refrán y en casa del herrero...
Los planos tienen un error, le da un voto de confianza al arquitecto y ¡zas!, aparece un pilar en medio del cuarto de baño, justo donde no tenía que estar. ¿Qué hacer? a) reducir el baño colocando la pared absorbiendo el pilar o b) aprovecharlo como pieza central y cambiar la distribución sin que mengüe el espacio interior.
Opción b), el pilar se queda, que sea lo que dios quiera.
Agarro un papel que veo en la mesa y garabateo un pequeño esquema con lo que puede quedar una vez tomada, en consenso, la decisión más arriesgada. Cambiamos el lavabo de lugar y aprovechamos el nuevo espacio creado tras la columna para colocar una losa de hormigón donde se apoyará el lavabo con un espejo completo en el fondo. Los colores ya estaban elegidos de antemano, una pequeña variación del esquema general: blanco en paredes y techos y madera en el suelo. En esta ocasión se utiliza el alicatado para dividir los espacios, a un lado el lavabo-espejo y en el contrario la ducha.
Ya sólo resta colocar los accesorios y algún remate final que no revelaré. ¿No dicen que una imagen vale más que mil palabras? El cuarto de baño, finalmente, será mi declaración de amor a esta obra.
¿Las lámparas del techo? Sello de la casa.
Ya falta menos.
lunes, 26 de febrero de 2024
ESPERANDO
Hoy es el primer día que siento el invierno, 10° al llegar a La Esperanza, claro que son las 5 de la mañana. Aún así, está más que fresco.
Como no sólo de ópera vive el hombre, junto a Tosca y a mis dos paseos por la ciudad, ha sido un fin de semana dedicado a la casa, yo más bien como apoyo, pero algo es algo. Una vez terminada la colocación del pavimento en Nueva Villa Augusta comenzamos con las lámparas, a la espera de la finalización de la biblioteca, ya ajustada, de la mampara de la ducha y el revestimiento en una de las paredes del salón, con lo que termina lo que podemos considerar obra. Resta únicamente el montaje de la cocina y los armarios. Después vendrá la última mudanza, traer a casa lo que fue Villa Augusta y distribuirlo: libros, muebles, ropa... marzo será nuestro mes, ¡por fin!
Empieza así la última semana de febrero, en un tris nos olvidamos de este mes bisiesto que ha pasado como una exhalación. Atrás quedaron los Carnavales, llega la Semana Santa y tras ella las vacaciones de verano. Ya ven, el que no se consuela es porque no quiere. Este año nuestro viaje está en el aire, la obra de la nueva casa es lo que tiene, el limón parece no dar más de si.
Nada de quejas, no.
Seguiré esperando a que me recojan en este cruce de caminos, aunque ignoro si tendré paciencia .
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Bernard Herrmann, *North By Northwest.
domingo, 25 de febrero de 2024
LA PRIMERA
Primera planta para Nueva Villa Augusta. La llevaré en avión hasta Gran Canaria como quien va de viaje a Marte en un transbordador. Será la sanseviera pionner.
Y la primera lámpara...
UNA NOCHE EN LA ÓPERA
La tarde de los domingos es, quizá con toda seguridad, las horas del día que menos me agradan de la semana. Será porque mañana vuelvo a la oficina, será, será, como la canción. Preparo algunas cosas para mañana, reviso el correo y actualizo el blog contando mi tarde-noche del sábado en Las Palmas. En guagua desde Vecindario, me quedé frito por el camino y me desperté después de la parada del Pérez Galdós, mi meta, así que me bajé en El Hoyo y desde el Parque San Telmo me di un agradable paseo hasta la Alameda de Colón, donde me senté a leer y a esperar a mis amigos con los que iría a ver Tosca en el teatro; en esta ocasión me invitaban ellos, todo un detallazo (por cierto, los asientos un 10).
La ópera fantástica. En papel de Mario Cavaradossi, Piotr Beczala, tenor polaco al que había tenido la oportunidad de verlo en el MET en Rigoletto, hace algunos años. El jueves también aproveché para subir a Las Palmas a casa de un amigo y almorzar después con mi amiga I, con la que siempre disfruto de una más que entretenida conversación y compañía. Parece que poco a poco recupero mi vida en la isla, hace ya más de 30 años que volví a Tenerife...
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Tosca, Puccini. *E lucevan le stelle.
Piotr Beczala.