BOOMERANGS Y VIENTOS

Midnight Oil, *Beds are burning.

Llevo unos días sin escribir por diversas razones, ora por falta de sueño que hace que vague como zombie cada mañana con pocas ganas de nada o de todo, según se mire -hoy añadí quince minutos más de sueño al despertador porque cuando sonó la primera vez casi muero; ora por escapar de esa cascada de noticias donde el famoso nombre de diccionario es el protagonista absoluto sin serlo. Pero ya tocaba hablar de algo bueno, de algo justo. 
Una boda, para empezar. La primera de la segunda (generación) de amigos del alma, de los que alimentan el ídem, esta vez inglesa, como el pudding y el roast beef. La perfecta ocasión para celebrar más a María Moliner y menos al otro. La alegría compartida lo es más -sweet dreams are made of this-;  sirva aquella máxima que nos recuerda que lo que no se da se pierde. ¡Enhorabuena!
Y llegó el karma, tarde. Pero llegó. Sólo queda ser optimista y esperar que sepa lo que hace y, sobre todo, cómo lo hace. Lejos quedan los aborígenes, expertos en el manejo del boomerang. Yo prefiero pensar que al que lo lanza, si no hoy mañana (o pasado), le acaba llegando, y a saber si sabrá cómo asirlo; difícil tarea. Sabio refranero: quien siembra viento recoge tempestades. Mucho más terrenal esto que esperar la llegada de la justicia divina que, en caso de llegar, quiero pensar que lo haría a otros lares mucho más necesitados que éste. Siempre, siempre, acaba apareciendo alguien peor que tú ¿o no?
Para compensar los malos rollos, sentado en el umbral esperando a que pase delante, con el puente de plata listo a la vuelta de la esquina y la cantimplora a buen recaudo, una señora a la que atiendo por un problema con el tendido eléctrico frente a su casa en ciernes -pocas cosas tan terrenales-, se acerca al despedirme y me da un abrazo. Gracias, ha sido usted (¡trátame de tú, por favor!) mi ángel de la guarda, se despide. Nada, nada, es mi trabajo, siempre un placer, que vaya todo bien, cuídese.
42° marcaba el coche cuando entré en él para volver a casa. 34° al empezar a conducir. Rápido, un café al llegar a casa, descalzo sobre el fresco mármol y a montar unos planos para poder tachar, por fin, una de las líneas de la lista, que no de la compra. Parece que hoy bajan las temperaturas. Amén.
Un poco de música para empezar el día mientras continúa girando alrededor de mi cabeza la snitch que más bien se trata del karma disfrazado de bola dorada, casi seguro de ello estoy.
¡Feliz jueves con sabor a viernes! and happy weeding!

Portugal. The Man, *Fell it still.

TURANDOT

 Teatro Real, Madrid.




Turandot, *Non piangere, Liu (Pavarotti).

martes, 27 de junio de 2023

HOY MÁS QUE NUNCA

 

Ante la campaña de odio de VOX -véase la lona en Madrid que la Junta Electoral ha mandado retirar- no cabe otra cosa que compartir vídeos como éste.
¿Votas a VOX? No olvides que tus hijos, tus amigos, tus sobrinos, tus compañeros y hasta tus padres pueden ser también heterosexuales.

CONCIENCIA (HOY VA DE HISTORIA)


"Juro por mi conciencia y honor" parece ser la frase recurrente en muchas toma de posesión de puestos del Estado, puestos políticos. No sé si el honor me mueve, pero les aseguro que la conciencia sí. ¿Qué seríamos si no la tuviésemos en cuenta en nuestras vidas? He probado casi de todo, desde no ver jamás un telediario ni debate televisivo alguno, ni TELE5, ni periódicos, ni radio. Imposible, no lo consigo, la caja de Pandora ya está abierta.
Me gusta decir siempre que puedo que pocas cosas nos quedan tan libres como el momento de depositar el voto en la urna, momento solitario y poderoso donde los haya, unos segundos donde somos los dueños de nuestro libre albedrío, y esto ha costado lo indecible, siglos de Historia de España -tartesios, íberos, celtas, griegos, fenicios, cartagineses, romanos, árabes-, 40 años de fascismo incluido, para llegar a disfrutar lo que tenemos hoy. Los logros conseguidos, sobre todo avances sociales, han costado sudor y lágrimas, incomprensión, manifestaciones reaccionarias, muros que derribar. Sindicalistas, sufragistas, libertad para las mujeres, derechos LGTBI, diversidad de familias, libertad de credo, derechos de los animales, partidos políticos y tantos logros que no por existir debemos darlos por eternos, ni mucho menos. He ahí el peligro.
Leer estos días todos los pactos del PP con VOX en numerosos gobiernos autónomos, ciudades y pueblos pe entristece, pero ver en qué se materializan estas alianzas me consterna y me da miedo. Anecdódica parece la eliminación de carriles bici (será que han descubierto que montar en bicicleta es cosa de rojos, y si no que se lo pregunten a un berlinés o a un amterdamés), aunque no lo sea, o blindar la tauromaquia, esa salvajada sin parangón, con leyes y decretos protectores como si de un hechizo de Howarts se tratara -esperando estoy que cada cual acuñe su moneda por la gracia de Dios, Patria y Familia-. Ya parece menos anécdota eso de nombrar a una tal Llanos Massó presidenta de las Cortes valencianas, una declarada antiabortista, ultracatólica, transfóbica, homófoba y xenófoba -"Una mujer trans no es una mujer, según el ADN" (Masso dixit)-, negacionista de la violencia machista y miembro de Hazte Oír, aquellos del autobús que pululaba por Madrid con el lema "Las niñas tienen vagina y los niños pene". 
Y esto es solo el empezar del acabose.
Ayer judíos, hoy mujeres maltratadas, maricas, rojos, moros y negros. Y estamos en 2023, mucho cristal en las calles para una nueva noche como aquellas, mucho pobre inmigrante ahogado, mucho toro torturado.
Me pregunto cómo beben sentirse hoy aquellos políticos que nos sacaron de la dictadura para meternos en la democracia, los que redactaron la Constitución con la vista puesta en el futuro, los mismos que eran capaces de dar discursos en el Parlamento si recurrir al insulto o a las mentiras, cuando no era necesaria la repetición del mismo mantra como los conejitos de Duracell.
Si Internet ha demostrado que no era la falta de información la que nos volvía ignorantes, no sé lo que nos deparará el futuro, aunque gustarme no me gusta nada el andar de la perrita.

NOTA. Arbeit macht frei es una frase alemana cuya traducción al español es el trabajo hace la libertad o con el trabajo se consigue la libertad. El lema fue emplazado sobre los accesos a numerosos campos de concentración y exterminio establecidos por el régimen nazi. Arbeit macht frei es una frase intencionalmente ambigua: sugiere no solo que el trabajo libera a las víctimas detenidas por el nazismo, sino el exterminio de los nazis al consumar el asesinato premeditado de enormes masas humanas de condición y origen diversos (judíos, opositores al régimen, librepensadores, masones, gitanos, comunistas, homosexuales y enemigos de guerra).

TODO UN MUNDO, LITERALMENTE

Soave sia il vento, nos dice Mozart en su "Così fan tutte", ¿cómo osar contradecirlo? Pocos tercetos se han escrito tan sublimes. Fresca mañana, llegando al amanecer después de la típica noche de domingo, mal sueño.
Para conciliar el sueño me entretuve en investigar qué paseos hacer en Sidney y en Auckland, para empezar; echar un ojo a los TIME OUT de las ciudades, los conciertos programados para la fecha en cuestión, las excursiones, UBER en Sidney, miradores, arquitectura... Tanto que ver y tan poco tiempo.
G, ¡gracias de nuevo! 
Mozart, Così fan tute. *Soave sia il vento.

LEJÍA


Lo de la pederastia en la iglesia católica es algo que no entiende nadie (o sí). Cada día se denuncian nuevos casos y, al menos en España, ya vamos por 1.000 casos, según parece. ¿Qué hubiera pasado o estaría ocurriendo si estos 1.000 casos se denunciaran contra otra institución? Por ejemplo, un colegio laico, una empresa, un partido político, unas administración pública... Pero la iglesia aguanta y aguanta carretas y carretones. Repito, no hay quien lo entienda.

sábado, 24 de junio de 2023

HOY ESTO VA DE CABALLOS


La normalidad de lo inaceptable
El ambiente político recuerda a EE UU en 2016. Cualquier Gobierno se desgasta, y es lícito desear un cambio. Pero cuando el rechazo cobra la intensidad de una fobia, y personas razonables se obstinan en la negación, hay que pararse a pensar en las razones y las consecuencias.
Antonio Muñoz Molina. 24.06.2023
https://elpais.com/opinion/2023-06-24/la-normalidad-de-lo-inaceptable.html

Estaba hablando con un conocido sobre ese político de ultraderecha valenciano que fue condenado hace veinte años por un delito de acoso, y me dijo con un aire casi de disculpa: “Pero solo era violencia psicológica”. Éramos varios en la conversación, y un tercero añadió, como aportando una información valiosa: “Es catedrático de Derecho Constitucional”. Un poco antes se había mencionado a ese antiguo torero que va a ocuparse de administrar las muy pujantes instituciones culturales de la Comunidad Valenciana, y tampoco faltó una voz ecuánime que apuntara: “Ojo, que es licenciado en Derecho”. Luego se ha sabido que este futuro prócer, aparte de extorero y de licenciado en Derecho, también es aficionado a la equitación, y que solicitó a sus fieles en las redes sociales que votaran para ayudarle a elegir el nombre de un caballo que acababa de comprarse, indeciso como estaba entre Duce y Caudillo. Quizás mi interlocutor, a quien le parecía tan positivo que este taurino y jinete ultra tuviera la carrera de Derecho, apuntaría como mérito o disculpa posible que entre los nombres posibles del caballo no hubiera incluido Führer.

Hay personas con una gran capacidad para captar matices, como aquel juez que hace ya bastantes años no apreció la agravante del ensañamiento en un hombre que había dado más de veinte puñaladas a su exmujer, quitándole la vida. Haber atormentado con insultos crueles y amenazas de muerte a la suya no entorpeció la carrera académica de este catedrático, y desde luego no parece que esté causando ninguno a su carrera política, en esta época en la que estamos viendo cómo hasta las formas más lunáticas del extremismo se han vuelto aceptables para gente en apariencia juiciosa que hasta hace no mucho las habría rechazado. En unos meses, porque lo inconcebible se convierte aceleradamente en normal, ya no quedará nadie que se extrañe de que el presidente de una institución de cierto fuste como el Parlamento balear sea un sujeto que considera nocivas las vacunas, y ridícula —”una brasa”— la evidencia científica sobre el cambio climático, y que además denuncia un siniestro plan internacional para sustituir a los europeos blancos y católicos por musulmanes y negros venidos de África. Bien es verdad que este hombre eminente es licenciado, y no solo en Derecho, como el torero caballista de Valencia, sino además en Administración de empresas, y se encuentra en posesión de un máster en asesoría jurídica. Tantos títulos darán cierta tranquilidad a esos interlocutores míos que ponderaban la condición de catedrático del dirigente ultra que solo fue condenado “por un delito de violencia psíquica habitual y 21 faltas de coacciones, injurias y vejaciones contra su expareja”, a la cual dedicó improperios de una vehemencia expresiva poco habitual en la oratoria jurídica: “Ladrona, secuestradora de niños, dueña de calabozo, puta, te voy a estar jodiendo toda tu vida hasta que te mueras…”.

No es para tanto. Quién no ha tenido un mal divorcio. Y además el hombre no le llegó a poner la mano encima a la madre de sus hijos, eso no. Y en cuanto al torero, lleva retirado mucho tiempo, y seguro que trata a Caudillo o a Duce con más consideración que muchos animalistas. Naderías. Ridiculeces de hipsters con veleidades agropecuarias y nulo conocimiento de la áspera y noble realidad de nuestros campos, empeñados en prohibir regadíos y en entrometerse en la cría de los animales hacinados en las granjas industriales, tan beneficiosa para nuestra economía y para la calidad del aire, de los suelos y de los acuíferos. Lo curioso de los denostadores sistemáticos de las tonterías y las cursilerías de la izquierda, que sin duda pueden ser innumerables, es la tolerancia que desarrollan, y el fervor contenido que traslucen, hacia las tonterías y las barbaridades y el juego descarado de intereses de una derecha que en esta época, y no solo en España, está derivando cada vez más hacia esa especie de cínico nihilismo mezclado con fundamentalismo religioso de la derecha republicana en Estados Unidos.

No hablo ahora de conservadores a la antigua, ni de personas privilegiadas que inclinan su voto hacia quien mejor pueda defender sus intereses, que en un país como España casi siempre tienen ver con la privatización de servicios esenciales como la sanidad o la enseñanza. Hablo de gente templada, incluso tibia, de progresistas veteranos que sufren como un acceso de furia cuando hablan de este Gobierno, y con más exactitud de su presidente, hacia el que por falta de adjetivos políticos lo bastante rotundos pasan al lenguaje de la psiquiatría (o de las series de asesinos) para llamarle psicópata. Empiezan por lamentar la irracionalidad que se está apoderando del discurso político por culpa del sectarismo y de las redes sociales, y un momento después manifiestan un rechazo que va más allá de cualquier argumento racional.

Soy tan consciente como cualquiera de las múltiples deficiencias y los errores de este Gobierno; creo que también de sus aciertos, algunos de ellos malogrados o muy limitados por la discordia interna y por las trabas de una administración pública esquilmada y en muchos casos politizada, y sometida por lo tanto a presiones clientelares que minan su eficiencia. Es un problema grave de este Gobierno y lo será también del que venga después, sea el que sea. Con la ayuda inapreciable de la Unión Europea, hemos podido sobreponernos a varias crisis sucesivas en las que por una vez ha existido un cierto grado de protección hacia quienes eran más vulnerables.

Cualquier Gobierno se desgasta, y nada es más lícito que desear un cambio. Pero cuando el rechazo cobra la intensidad de una fobia, y cuando personas por lo común razonables se obstinan sobre todo en una negación sin fisuras, habrá que pararse a pensar en cuáles podrán ser las razones, y las consecuencias. Conocí de cerca ese tipo de negación el último otoño de mi vida en Estados Unidos, durante una campaña electoral especialmente agria, y en muchos casos desganada, en la que parecía que iba a ganar Hillary Clinton. La verdad es que unas veces lo parecía, y otras no, porque hasta en una ciudad tan demócrata como Nueva York, y un barrio más incondicionalmente demócrata todavía, el Upper West Side, se notaba una extraña falta de entusiasmo entre la gente, hasta de interés. Por una parte, que ganara alguien como Donald Trump era inverosímil. Por otra, en muchos posibles votantes demócratas, jóvenes, ilustrados, incluso políticamente concienciados, había una hostilidad hacia Hillary Clinton que muchas veces alcanzaba extremos de impúdica misoginia, y no era nada inferior a la que podían manifestar votantes republicanos del Medio Oeste o de Florida. Las limitaciones de Clinton como candidata eran evidentes: sus vínculos con Wall Street, y con los enjuagues financieros y políticos de su marido. Pero era una mujer muy firme en sus convicciones y sus proyectos, muy experimentada, elocuente y muy articulada y precisa en su manera de expresarse. El odio que despertaba entre gente que en el fondo se le parecía era muy superior al rechazo hacia Trump. El hijo de un amigo, un universitario de veintitantos años, me dijo un día, con toda naturalidad, aunque con despecho, que una vez descartada la candidatura de Bernie Sanders, que era su favorito, hasta le parecía preferible Trump, ese payaso inocuo que hasta se envanecía de agarrar a las mujeres “by the pussy”.

No equiparo situaciones. Digo tan solo que cuando nuestros argumentos conducen a una negación incondicional y visceral, y a una indulgencia casi complaciente ante las señales más evidentes de peligro, quizás no nos paramos a pensar qué es lo que estamos afirmando sin decirlo, lo que por acción o por omisión estamos facilitando que suceda.

¿CARNE O PESCADO?

Preguntas recurrentes para poderte meter en el casillero X o Y, desde pequeñito, nunca paran de hacerlas. 
¿A quién quieres más, a u padre o a tu madre?
¿Te gusta más la fresa o el chocolate?
¿Eres de ciencias o de letras?
¿Crees en Dios o eres ateo?
¿Derechas o de izquierdas?
¿Carne o pescado?
Y así un sinfín de opciones excluyentes y clasificadoras si las respondes, y si no...

Yo soy de ciencias en un cuerpo de letras, acababa contestando a la susodicha preguntita: soy arquitecto.
“Fríos” contra “torpes” o ciencias contra letras: cómo acabar con una rivalidad inútil y peligrosa
Desafíos como el cambio climático, el transhumanismo o la Inteligencia Artificial demuestran que la brecha entre los ámbitos de conocimiento se ha quedado obsoleta.
Enrique Rey. 24.06.2023
https://elpais.com/icon/2023-06-24/frios-contra-torpes-o-ciencias-contra-letras-como-acabar-con-una-rivalidad-inutil-y-peligrosa.html

En Santiago de Compostela, junto a la escultura de un árbol empotrada en el muro de un viejo palacio, es habitual ver a estudiantes de 17 años girando sobre sí mismos. Es el Árbol de la Ciencia imaginado por Ramón Llull en el s. XIII, y cada una de sus trece ramas etiquetadas mediante pergaminos representa una de las disciplinas (Técnica, Arte, Matemáticas, Biología, Medicina…) que se podían estudiar en la antigua universidad compostelana. Todavía hoy los estudiantes indecisos y mareados encuentran su vocación —según dicen— señalando al azar una de las ramas.

Tras la Selectividad, el momento de “elegir carrera” resulta angustioso para muchos estudiantes que todavía no tienen claro qué escoger o en qué basarse para hacerlo (influyen, además de las inclinaciones personales, la empleabilidad de cada opción, la nota de corte, la presión de las familias, las decisiones de los amigos y ciertos prejuicios). Al menos, muchos de ellos ya saben si optarán por un grado tecnológico (como las ingenierías), biosanitario o relacionado con las ciencias sociales o las humanidades. Simplificándolo todavía más: casi todos tienen claro si son de ciencias o de letras en función de la modalidad de Bachillerato o del ciclo formativo que acaban de completar.

En España, los adolescentes están obligados a decidirse por uno de esos dos polos presuntamente opuestos, es decir, por las ciencias o por las letras al acabar la ESO, habitualmente con 15 años; aunque ya en 4º habrán escogido asignaturas optativas de uno u otro lado. Una elección que marcará su trayectoria académica y laboral y que es habitual que se convierta también en una seña de identidad. Es un tópico que sigue reproduciéndose en redes sociales, en foros y hasta en las discusiones políticas de menor altura (desde VOX acaban de criticar a los “podemitas de letras”): uno es de ciencias o de letras y esas categorías aluden a universos irreconciliables. Según se dice, de tu adscripción a uno u otro bando dependerán tus estudios y tu trabajo, pero también tu mirada y hasta tu carácter.

Una disputa obsoleta
Contaba el escritor argentino Ricardo Piglia que durante sus años como profesor en la universidad de Princeton quedó asombrado por la cantidad de matemáticos brillantes que dedicaban su tiempo libre a desentrañar los secretos de la Divina Comedia y se convertían en expertos en Dante. Existen algunos ejemplos de personalidades que han sabido vadear la grieta entre las humanidades y las ciencias (o entre “las dos culturas”) y que, con una formación científica, han llegado a ser relevantes en campos como la literatura (es el caso del físico español Agustín Fernández Mallo), o viceversa (la escritora americana Siri Husvedt, graduada en Arte, participa frecuentemente en congresos sobre Neurociencia). Pero, más allá de casos excepcionales y de peripecias biográficas, hace décadas que la filosofía y la antropología cuestionan las viejas fronteras entre disciplinas.

El influyente autor francés Bruno Latour escribió en Nunca fuimos modernos (Siglo XXI, 1991) que su campo de estudio eran las “situaciones extrañas que la cultura intelectual no sabe dónde ubicar”. Puso como ejemplos de esas situaciones la pandemia de VIH y el agujero en la capa de ozono: el virus hace “que uno pase del sexo al inconsciente o del ADN a los cultivos de células” mientras que “el aerosol más inocente lleva hasta la Antártida, y de ahí a las cadenas de montaje en Lyon o quizás hacia la ONU”. Explicaba que es un error “descomponer esos frágiles hilos en tantos segmentos como disciplinas puras hay” y defendía que para comprender cualquier fenómeno contemporáneo es necesario “atravesar el corte que separa los conocimientos exactos y el ejercicio del poder, la naturaleza [que sería el objeto de las ciencias] y la cultura [que sería el de las humanidades]”.

Fernando Broncano es uno de los impulsores del Grado en Ciencia, Tecnología y Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid, unos estudios que, según explica, conducen a “formarse en los métodos de las distintas ciencias y a comprenderlas como una actividad cultural, sabiendo relacionar los temas de cada disciplina con un entorno más amplio de problemas humanos, sociales, económicos y políticos”.

En opinión de Broncano, la distancia que separa ciencias y humanidades es “un problema muy serio”. Afirma que “hay mucho desconocimiento y prejuicios” y que mientras “a la gente de humanidades le suele faltar un conocimiento básico de las ciencias, comenzando por las matemáticas más elementales que permiten hacer modelos de los sistemas”, la gente de muchas ciencias “cree que las humanidades son opiniones de café y no tienen un método riguroso”. “Eso termina en que se producen juicios muy generales y desinformados por parte de las humanidades, como en los debates actuales sobre Inteligencia Artificial, o, del lado científico, en opiniones dogmáticas, superficiales y poco argumentadas”.

Afortunadamente, parece que algunos cambios están llegando también a las aulas de los institutos, donde, durante la educación secundaria, los caminos se bifurcan. Miguel Ángel Hellín, profesor en el IES Ramiro de Maeztu, indica que, si bien “siempre se ha valorado positivamente la interdisciplinariedad, la organización horaria por materias y su diferente temporalización la habían dificultado”. “Pero si se contempla de entrada en el currículo”, continúa, “como se pretende en el aprendizaje por competencias recogido por la última Ley de Educación, será más fácil abordar centros de interés comunes desde distintas perspectivas. Ya en la última EvAU [unas de las siglas para la Selectividad; varían según comunidades autónomas] se advertía un afán por plantear problemas en entornos reales y cercanos, y por partir de elementos no meramente verbales o numéricos, como el uso de cuadros o de fotografías como fuentes para algunas preguntas de Historia”.

Viejos reproches e indecisión
La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013) es un popular ensayo con el que Nuccio Ordine defendió a las humanidades frente a la acusación que más frecuentemente se lanza contra ellas: su estudio casi nunca produce beneficios inmediatos. En cuanto a esa inutilidad, Broncano comenta que sin las humanidades resultaría imposible entender “las fracturas sociales que llamamos guerras culturales” o comprender “las identidades (o sus problemas), el género y la raza” y tantas otras nociones entre las que se desarrolla nuestra vida en común.

Pero el desprecio y la incomprensión se producen en ambos sentidos y recuerda que “desde las humanidades, hay también un profundo desconocimiento que lleva a superficialidades sobre qué es la innovación y el desarrollo, sobre qué es un modelo de un sistema y sobre cuál es el lugar de la cultura científica en las capacidades de una sociedad”. “Necesitamos tener”, aconseja el catedrático, “un buen mapa de cómo funcionan la ciencia y la tecnología y, sobre todo, entender bien la relación entre el conocimiento y el mercado”.

Precisamente esa estrecha relación entre las ciencias aplicadas (o disciplinas tecnológicas) y el poder económico (que se apoya en sus avances y los pone a disposición del público en forma de productos de consumo) está detrás de las diferencias en inserción laboral que recogen estudios como el recientemente publicado por la Fundación BBVA. Este estudio indica que la mejor situación laboral entre titulados universitarios corresponde a los graduados en campos relacionados con la informática, seguidos por aquellos relacionados con la ingeniería y la industria. La peor es para los de “artes y humanidades” y en mitad de la tabla aparecen los graduados en Administración o Derecho, o en Ciencias (“puras”).

Estos datos pueden servir como apoyo para el estudiante que duda, pero, según ha comprobado el profesor Hellín, “la presión familiar suele pesar demasiado y estar muy vinculada a la empleabilidad, hasta el punto de que, en ocasiones, las familias y hasta los propios alumnos se niegan a reconocer lo evidente, tanto en sentido positivo (inclinaciones, habilidades) como negativo (dificultades, malos resultados)”. Aunque también ha observado que “en los últimos años, con los cambios económicos y del mercado de trabajo, cunde la idea de que las carreras tradicionalmente prestigiosas (Medicina, Derecho, Económicas, Ingeniería) no garantizan un futuro próspero, y de que, sin embargo, existen nuevas disciplinas, especialmente vinculadas a nuevas tecnologías, publicidad y diseño o energías renovables que pueden resultar mejores”.

Un futuro bastardo
Hace un año sorprendió el caso de Gabriel Plaza, el alumno con mejor nota en la Selectividad madrileña que eligió estudiar Filología Clásica. Gabriel fue muy criticado tanto en Twitter como en Forocoches. También TikTok, la red social más usada por los jóvenes entre 13 y 17 años, está llena de pequeñas bromas, más o menos afortunadas, que suelen dirigirse desde los estudiantes “de ciencias” (convencidos de que han escogido el itinerario más duro) contra “los de letras” (tomados por torpes). Eso sí: el curioso fenómeno de los videos de estudio en tiempo real, que acumulan millones de visualizaciones en Youtube y que consisten en un plano fijo de varias horas sobre un escritorio, es transversal.

Como ya señalaba Bruno Latour, los problemas del mundo que viene también requieren de un acercamiento transversal. Los conceptos científicos y filosóficos que más han cambiado o que han emergido en los últimos años resultan inabarcables para una sola disciplina: el cambio climático es un problema de una escala hasta ahora desconocida (con consecuencias sociales, tecnológicas y hasta geológicas), el transhumanismo genera preguntas entre la biología y la metafísica y el desarrollo de la Inteligencia Artificial exige revisar nuestras ideas sobre la autoría o abordar cuestiones éticas que parecían superadas.

Algunos profesionales ya lo han comprendido. Es el caso de los arquitectos que forman Grandeza Estudio, que actualmente exponen en la Bienal de Venecia una obra que se ideó combinando la “teoría-ficción, la investigación histórico-forense y la fabulación especulativa”. Amaia Sánchez Velasco, cofundadora del colectivo, explica que “la arquitectura también es una disciplina bastarda que afortunadamente está empezando a sincerarse y a liberarse de los fundamentos de la Modernidad que llevan tiempo encorsetándola”.

Sánchez Velasco insiste en que las dicotomías tradicionales entre naturaleza y cultura o ciencias y humanidades no solo “resultan insuficientes para hacer frente las complejidades de los retos contemporáneos, sino que también son cómplices en perpetuar formas de dominación y explotación del proyecto cultural europeo y su imposición global”. La arquitecta va un paso más allá de lo expuesto anteriormente y propone, además de “romper los moldes disciplinares”, cuestionar también “el reduccionismo y el supremacismo de los saberes eurocéntricos”.

Parece que en el futuro ya no tendrá sentido preguntarse si uno es “más de ciencias o de letras”, pero, desde las aulas de secundaria hasta el canon de las artes o las fronteras del conocimiento más especulativo, queda mucho trabajo crítico por hacer. “La tecnología y las ciencias no se basan en presupuestos únicamente objetivos, sino que heredan todo tipo de sesgos de raza, genero y clase. Cuanto antes seamos capaces de identificarlos y hacerlos visibles, antes podremos desarrollar una conciencia colectiva de lo que significan los avances tecnológicos, de cómo superar sus sesgos y de cómo ponerlos al servicio de una sociedad más justa”, concluye Sánchez Velasco. Construir esa “sociedad más justa” es un reto que solo se puede afrontar desde la colaboración: necesitamos imaginar nuevas formas de estar en el mundo y esa es una tarea enorme y tan de ciencias como de letras. Una tarea, en definitiva, humana.

(¿)PERIODISMO SERIO(?)

Leer un periódico online hoy es toda una experiencia, en pocas ocasiones te encuentras las noticias por temas, como siempre ocurrió en el papel, cuando empezabas a leerlo por la última o la primera página según tuvieses interés en un tema u otro. Ahora pasamos de la noticia más urgente, que se renueva constantemente en la cabecera, a otras que llevan varios días casi al final de la página web. Eres capaz de saltar de una esperanzadora noticia de medicina a una frivolona sobre un programa-vómito de TV. Lástima que uno no pueda ir marcando las noticias o los tema que preferiría no leer.
Para muestra un botón.

TIC TAC

El tiempo, siempre inexorable, pasa para todos igual, a pesar de que lo percibamos de diferente manera. Anoche volví a tener un sueño vívido, desagradable entiendo que aún así absurdo, aunque ya no logre recordar un ápice. Me desperté con desasosiego y agitación, no lo había pasado bien por lo que deduje. Me metí en la cama repasando la lista de las cosas que debo hacer hoy, puse el despertador a una hora tempranera -no tanto como entre semana- me me fui adormilando mientras seguía repasando la lista, agobiado por la evidente falta de tiempo. Ahora, justo leyendo el periódico, me encuentro con una noticia interesante que me devuelve el mal rollo, sabedor de mi realidad vital. Pero es lo que hay.

GREGUERÍA

Estoy almorzando cerca de casa. Junto a mi mesa cuadrada hay otra, también cuadrada, con cuatro comensales; por las edades aparentan un padre y sus tres vástagos. Todos, los cuatro, padre e hijos, hablan a ratos, más bien poco, sin desprenderse del móvil, en posición cuellopájaro picando grano del suelo. 

Qué pena en lo que nos hemos convertido los seres humanos.

miércoles, 21 de junio de 2023

HABLEMOS DE CINE Y LITERATURA (Y TÚ MÁS)

Se encontraron ayer dos amigos en una ciudad norteamericana, ambos españoles, al salir del cine; habían acudido cual nostálgicos a un maratón de Harry Potter. Un día completo para revisionar las ocho películas en las que diversos directores llevaron al cine las siete novelas de Rowling. Se sentaron en la cafetería de la esquina, en la misma manzana de la sala, a la manera del cuadro "Nighthawks" de Hopper, pidieron dos cafés y sendos cheesecakes antes de empezar a comentar aquella escena que no le hizo justicia al libro, la oscuridad de las últimas, los personajes más odiosos... Claro que, españoles expatriados ambos, ávidos lectores de periódicos europeos que compensaban el ombliguismo noticiero de Estados Unidos, recalaron en la noticia de la lona desplegada en el centro de Madrid donde se apuntaba el odio del flamante y novedoso partido político VOX hacia unos determinados grupos. Le decía uno al otro: yo, qué quieres que te diga, estoy aterrado, no hago sino recordar lo acontecido en Alemania en los años 30 del siglo pasado. Sí, contestó su amigo, es terrible; fíjate en mi: rojo, gay y ateo, 3 de 3, al paredón seguro. Jajajaja, yo 4 de 4, recuerda que además soy masón.
Y así pasaron la tarde hablando de España mientras se prometían pasar al día siguiente por el consulado para arreglar lo del voto por correo y verse en el siguiente maratón, el de la primera trilogía de Star Wars, la buena.

En ese mismo momento en España, pero con varias horas de diferencia, se cruzaban dos amigos en la calle -ignoro si salían del cine- y, al saludarse, uno comenta ¿has visto la lona de VOX en la calle de Alcalá? Si terrible, pero lo de PODEMOS más. Ay, perdona, acabo de recordar una cita ineludible, ¡hasta otra ocasión!
John Williams, *Theme from Schindler's List.

martes, 20 de junio de 2023

SIN (SIN) PALABRAS


Vista de la lona del odio instalada por VOX en la que se muestra la bandera LGTBI+ en una papelera en la calle Alcalá de Madrid este lunes, entre otros símbolos. 

GLOBAÑOL


Contra el ‘globañol’
Quieren convertir un fabuloso idioma caleidoscópico en una franquicia de palabras de plástico. No deberíamos dejarnos.
Rosa Montero. 18.06.2023
https://elpais.com/eps/2023-06-18/contra-el-globanol.html

Hace unas semanas estuve en Santo Domingo en el festival Centroamérica Cuenta. En una de las mesas, mi amigo y genial escritor mexicano Benito Taibo y yo nos pusimos a discutir. A él le irritaba que en las series de televisión dobladas al español se dijera, por ejemplo, chiringuito (explicaré, para los amigos de allende los mares, que es un bar instalado en una playa, y, por extensión, cualquier tenderete para beber y comer al aire libre), y opinaba que había que suprimir esos localismos castellanohablantes que le parecían una imposición. Yo, por el contrario, pensaba que el problema no era que se dijera chiringuito en una serie, sino, en todo caso, que se utilizara en el 90% de los doblajes; es decir, que se abusara de una sola forma del español, en vez de disfrutar y alardear de la increíble riqueza de nuestra lengua. Para hacernos una idea: en Argentina, chiringuito se dice parador; en Bolivia, quiosco; en Colombia, chuzo playero; en Costa Rica, rancho; en Cuba, chinchalito; en Ecuador, puesto de playa; en El Salvador, chalet; en Honduras, champa; en México, palapa o changarro; en Panamá, tiendita; en República Dominicana, caseta o (¡sorpresa!) también chiringuito; en Venezuela, el caney… Qué maravilla: todas estas palabras ruedan por mi lengua como caramelos. Por cierto, recomiendo entrar en una página de la Wikipedia en donde hay un delicioso glosario de palabras coloquiales según las distintas hablas hispanas; de ahí he sacado el bonito ramillete de chiringuitos varios (basta con googlear “anexo: diferencias de vocabulario estándar”).

En el mundo hay 21 países que tienen el español como idioma oficial (incluida Guinea Ecuatorial). Más de 485 millones de personas son hablantes nativos, lo que nos convierte en la segunda lengua del mundo, después del chino (los ingleses nativos son unos 373 millones). Pero insisto en que la magia reside en que lo hablamos en un montón de naciones diferentes, cada una con sus peculiaridades gramaticales, de léxico y fonéticas. La lengua es como la piel de una sociedad; nos sentimos orgánicamente apegados a ella y a veces surgen roces que por desgracia son fomentados por razones políticas. Siempre me ha sorprendido, por ejemplo, que entre Portugal y Brasil haya un abismo idiomático que desde luego la lengua no justifica. Porque los libros se traducen de manera distinta al portugués de Portugal y al de Brasil, e incluso las novelas de autores portugueses son tuneadas al brasileño antes de ser publicadas allí (José Saramago se negaba por contrato a que tocaran sus textos). En cambio, nosotros, que somos muchísimos más, creo que seguimos teniendo la clara voluntad de entendernos y de disfrutar de esa pluralidad maravillosa.

Curiosamente, la dictadura nos ayudó con eso por carambola. Varias generaciones de españoles crecieron leyendo libros prohibidos en el franquismo a los que sólo se podía acceder en versiones mexicanas o argentinas. Y luego llegó el boom latinoamericano, y otros muchos aprendimos que la mejor literatura contemporánea se escribía en todas esas versiones del idioma, poderosas, multicolores y tintineantes. Nunca fue un problema entender por contexto.

Pero ahora viene lo malo. Sé por algunos autores, como Martín Caparrós, que después del boom, en las últimas décadas, ha habido también algún intento por parte de las editoriales españolas de “neutralizar” las lenguas del otro lado. Y, tras escuchar aquella mesa con Benito Taibo, Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, me mandó un libro que han hecho en colaboración con Netflix, un estudio fascinante de la influencia de lo audiovisual en el lenguaje titulado Nuevo nuevo mundo. Hay un capítulo extraordinario de Francisco Moreno Fernández que habla de la tendencia de Netflix (y en general de todos los productores audiovisuales) a crear dos doblajes, uno de español de España y otro de español latinoamericano que en realidad es un mexicano neutro y deslavazado, un globañol. Mil gracias, Luis García Montero, por avisarme de este estropicio que se avecina y por estudiarlo y documentarlo en el Instituto. Como poeta (hermosa su última obra, Un año y tres meses) supongo que le duele tanto como a mí esta mutilación de nuestra lengua plural y fraternal. Quieren convertir un fabuloso idioma caleidoscópico en una franquicia de palabras de plástico. No deberíamos dejarnos.

50°


‘Tubular Bells’, principio y final para Mike Oldfield
La retirada del músico británico ensombrece la celebración del 50º aniversario de su obra magna, que sigue influyendo a compositores de medio mundo.
Fernando Neira, 18.06.2023
https://elpais.com/cultura/2023-06-18/tubular-bells-principio-y-final-para-mike-oldfield.html

La historia es conocida, pero tan asombrosa que aún hoy cuesta creerla. Michael Gordon Oldfield acababa de cumplir 20 años y era un músico británico virtualmente desconocido aquel viernes 25 de mayo de 1973 en que la recién nacida Virgin Records puso en la calle su primer álbum, Tubular Bells. Ningún disquero juicioso se había atrevido a publicar aquella obra inclasificable, un instrumental de 49 minutos dividido en dos partes —una por cada cara del vinilo— que un pipiolo tímido, huidizo y atormentado llevaba componiendo desde los 17 e interpretaba en primera persona de principio a fin. Era una locura, sí, pero también una genialidad irrepetible, una intersección entre rock, música clásica y minimalismo que cambió para siempre el lenguaje musical del siglo XX y agravó el ensimismamiento de su propio firmante, abrumado por la repercusión —comercial y, aún más importante, estética— de un título que le ha asegurado una página vitalicia de honor en la historia.

Ahora, medio siglo después, la inevitable reedición del 50º aniversario sirve para poner al día el interés de varias generaciones hacia aquella partitura inabarcable, pero también obliga a contemplar con nostalgia el legado de Oldfield (Reading, Inglaterra, 70 años). Después de al menos cinco años de especulaciones sobre un posible Tubular Bells 4, llega el jarro de agua fría: la entrega conmemorativa (Tubular Bells – 50th Anniversary Edition, publicada el 26 de mayo por Universal Music) solo incluye una maqueta de ocho minutos y medio, fechada en 2017, con la introducción de lo que pretendía ser una secuela y ahora parece un proyecto abortado para siempre. El compositor, retirado del mundanal ruido en Nassau (Bahamas) desde hace tres lustros, admite que esa ya vieja grabación apenas desarrollada “puede ser lo último que haya registrado”, como la asunción definitiva de que las fuerzas, creativas y también físicas, le están abandonando.


La sensación en los entornos oldfieldianos es muy agridulce. Todos se resisten a cerrar el telón de una trayectoria que incluye al menos otros dos álbumes fabulosos, Ommadawn (1975) y Amarok (1990), también instrumentales y conformados por una única pieza, y otro puñado de discos en su momento popularísimos en España, desde Platinum (1979) a Five Miles Out (1982) y, sobre todo, Crises, el que hace ahora cuatro décadas ratificó gracias al exitazo de Moonlight Shadow que Oldfield tenía buena mano hasta para el pop. Pero Tubular Bells sigue siendo principio y final de todo, en la discografía y en la evolución del legado.

“Yo lo descubrí de adolescente, a finales de los setenta”, relata hoy el compositor balear Joan Valent (Palma, 59 años), “y aquellas melodías repetitivas y la elegancia a la hora de enlazar una sección tras otra me apasionaron. El final de la cara A, cuando [Viv Stanshall] va anunciando los diferentes instrumentos solistas, está a la altura de Ravel o Shostakóvich”. A su juicio, la obra seminal de Oldfield contribuyó a que el gran público le perdiera el miedo al minimalismo de Brian Eno, Steve Reich, Philip Glass, Michael Nyman y hasta Terry Riley. “El éxito actual de los nuevos, desde Max Richter a Jóhann Jóhannsson, Víkingur Ólafsson o Peter Gregson, se lo tienen que agradecer en buena medida a él”.

El pianista compostelano Nico Casal, de 38 años y especializado en la composición de bandas sonoras, figura entre los herederos directos de aquellas inauditas campanas tubulares. “Escuchaba la cinta sin parar en el coche, viajando con mis padres y mi hermano”, rememora, “y ya entonces, como estudiante primerizo de piano, me asombraba su carácter único, honesto y atrevido. Ahora me doy cuenta de que Tubular Bells también encierra un profundo sentido espiritual, de viaje personal y meditación. Es el relato de alguien que cuenta su historia por primera vez, y eso lo hace aún más perdurable en el tiempo”.

Nadie le ha buscado una trama argumental a aquellos tres cuartos de hora de música libérrima, tan heterodoxa como para que su introducción le sirviera de banda sonora sobrevenida a El exorcista (William Friedkin, 1973) o que la enloquecida coda de dos minutos finales aprovechase como motivo una viejísima danza tradicional marinera, The Sailor’s Hornpipe. Pero es cierto que aquel genio precoz era también —o ante todo— un adolescente abrumado por sus recurrentes ataques de pánico y por el trágico destino de su madre, Maureen Liston, enganchada al alcohol y los barbitúricos después de que su cuarto hijo, David, naciera con síndrome de Down y apenas sobreviviese un año. Michael la veía sentada en la cama y balanceándose como una peonza con la mirada perdida, así que se aferró a la música casi como a una tabla salvavidas. “Yo le había enseñado unas Navidades los tres acordes básicos de la guitarra”, relataba su hermana, Sally Oldfield, en la BBC, “y en cuestión de pocas semanas, tras horas y horas encerrado en su habitación, se convirtió en un virtuoso que lo había aprendido todo por su cuenta”.


Con 15 años, Mike se convirtió en el guitarrista del bucólico dúo de folk adolescente The Sallyangie, con Sally, dueña de una voz preciosa. Recuperar su único disco, Children of the Sun (1968), es una experiencia cándida y entrañable, pero también esclarecedora: la pulsación de aquellas guitarras acústicas ya era prodigiosa. El ensimismado hermano menor de los Oldfield fue, antes aún de la mayoría de edad, el bajista del excepcional Kevin Ayers, pionero del pop pastoral y experimental de Canterbury. Pero, pese a los indicios, nadie vio venir Tubular Bells. En la feria de Cannes de enero de 1973, el fundador de Virgin, Richard Branson, presentó una versión casi definitiva de la cara A. La respuesta fue unánime: “Estáis locos. Ese disco necesita batería y un cantante”.

Oldfield anota en su autobiografía (Changeling, inédita en español) que Branson y el productor, Tom Newman, intentaron a sus espaldas introducir esas mejoras, aunque desistieron al día siguiente. También admite que durante años sintió un “extraño rechazo” hacia su ópera prima, quizá porque la acabase exhausto y desolado por el deterioro de su madre. En la primera entrevista que concedía en toda su vida, Karl Kallas, de Melody Maker, le preguntó: “¿Por qué has escrito Tubular Bells?”. Él permaneció reflexionando “literalmente durante 20 minutos” para acabar murmurando: “No sé qué contestar”.

Los fastos del 50º aniversario no serán tales, por más que el Royal Albert Hall albergara durante tres noches un espectáculo conmemorativo que añadía acrobacias y números de circo, y que el Blu-Ray pertinente incluya un documental de hora y media narrado por el ilustre actor Bill Nighy (Love Actually, o David Jones de Piratas del Caribe). Pero la retirada del maltrecho Oldfield (su última gira es de 1999 aunque actuó en los Juegos Olímpicos de 2012) y la cancelación de su apenas esbozado Tubular Bells 4 lo ensombrecen todo. En último término, aquellas campanas tubulares que se dejó casi por casualidad John Cale en los estudios de The Manor se erigen en prólogo y epílogo.
Mike Oldfield, *Tubular Bells.